Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 2 de junio de 2025
Así nace y vive el indio, viendo llegar tranquilamente su última hora, sabiendo que sus despojos no han de ser llevados por manos mercenarias y sí por sus propios deudos, los cuales no tienen el amargo privilegio de verlos arrojar en la fosa común, ese horrible rincón de las grandes necrópolis, donde se hacinan cientos de cadáveres y se compendian millones de lágrimas. ¿Es ó no feliz Ambrosio?
Abundaban los manchones verdes de las brañas de jugosos pastos, y no era ingrato a la vista el color de otros detalles; pero ¡lo demás!... Aquellos cantos pelados, tan grandes, tan secos, tan esparcidos en todas direcciones; aquella inmensa extensión calva, monda, rapada y desnuda de todo follaje; aquellas nieblas tenaces cerrando todas las salidas y surgiendo de todas las hoyadas; aquellos riscos inaccesibles y fantásticos elevándose sobre todo y por todos lados; aquel cierzo continuo y gemebundo que parecía el espíritu funerario de las grandes necrópolis, llevando consigo los jirones de la niebla como si fueran sudarios arrancados de las tumbas en los senos entenebrecidos de las barrancas; aquellos buitres que me señalaba Chisco, revolando en las alturas; aquel cielo que iba encapotándose poco a poco... todo ello, que era lo más, visto a través de las lentes pesimistas de mis ojos, se imponía al resto, que era, relativamente, muy escaso, y me presentaba toda la superficie del Puerto bajo un aspecto feroz y repulsivo.
Por una feliz coincidencia y gracias á la intervencion amistosa de mi amigo Cárlos Wiener, el sábio autor de «Perú y Bolivia», poseemos en el Museo una espléndida coleccion de vasos exhumados de las necrópolis de la costa del Perú, en las inmediaciones de Trujillo y principalmente del Gran Chimu, y en esa coleccion que cuenta cerca de mil piezas, hay suficientes elementos para conocer la vida diaria de una sociedad civilizada.
Por entonces no existía aún en Lima el cementerio general, que, como es sabido, se inauguró el martes 31 de mayo de 1808; y aquí es curioso consignar que el primer cadáver que se sepultó en nuestra necrópolis al día siguiente fué el de un pobre de solemnidad llamado Matías Isurriaga, quien, cayéndose de un andamio sobre el cual trabajaba como albañil, se hizo tortilla en el atrio.
En todos los huecos de la peña había depositados gran número de restos humanos. ¿Quién los había colocado allí? ¿De qué raza procedían? Preguntas son estas que cada uno de nosotros formulaba en su interior, buscando una contestación en las descarnadas cuencas de los amarillos cráneos. El silencio y la muerte nos rodeaba en aquella misteriosa Necrópolis.
En la pequeña estancia, la luz pálida alumbra al reo; fuera, la dormida ciudad con su pesado silencio de necrópolis desierta... Quedan horas no más... Ya es el instante en que todo refluye a la conciencia; en que, a través de todos los recuerdos, y todos los amores y quimeras, el alma quiere mucho más la vida, porque la muerte más y más se acerca... ¡Hora sombría en que sudó con sangre el mismo Cristo en la sagrada huerta...!
La calle, un museo de artes incoherentes. ¡Qué tipos maravillosos exhibiéndose con una tranquilidad y un aplomo inconcebibles! ¡Qué sombreros piramidales, vastos como necrópolis, unos invisibles, otros izados a lo alto de un cráneo puntiagudo por un milagro de equilibrio! ¡Qué corbatas! El pueblo que usa esas corbatas no producirá jamás un colorista de genio.
Inmenso santuario del crédito, la Bolsa es al mismo tiempo la necrópolis de mil fortunas derrumbadas y consumidas allí, y la cuna de mil otras que se levantan de improviso sobre las ruinas de los imprudentes, los engañados ó los que cuentan demasiado con los caprichos de la suerte.
Son yanquis, pero son hombres. Las obras de ante, maravillosas; High Bridge recuerda los trabajos romanos y el puente suspendido de Brooklyn parece una fantasía de cuento árabe. El cementerio de Brooklyn es la necrópolis más lujosa que he visto en mi vida. No vale el de Pisa como arte, ni los muertos surgen a vuestro paso con todo su cortejo de gloria como en el Père-Lachaise.
El clima de la gran ciudad no debía favorecerla precisamente, pero había llegado ya al punto en que el médico no niega nada a su enfermo. Vio Roma y creyó entrar en una vasta necrópolis. Aquellas casas desiertas, los palacios vacíos y las grandes iglesias en las que se ve de espacio en espacio un fiel arrodillado, tomaron a sus ojos una fisonomía sepulcral.
Palabra del Dia
Otros Mirando