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Actualizado: 22 de junio de 2025
Barbarita era administradora general de puertas adentro, y su marido mismo, después que religiosamente le entregaba el dinero, no tenía que pensar en nada de la casa, como no fuese en los viajes de verano. La señora lo pagaba todo, desde el alquiler del coche a la peseta de El Imparcial, sin que necesitara llevar cuentas para tan complicada distribución, ni apuntar cifra alguna.
Sin embargo, aún insistió en sus negativas, y Elena añadió para convencerle: Comprendo tus escrúpulos, si la casa fuese regalada; pero es simplemente alquilada. Así se lo he dicho á Pirovani. Tú le pagarás el alquiler cuando la empresa dirigida por Robledo retribuya tus trabajos. El marqués lo aceptó todo al fin, con un gesto de resignación.
»Por el alquiler de una cama con colchones de pluma, sábanas de holanda y repostero de damasco, mantas y demás, cinco ducados. »Por ídem de doce sillas, un sillón, una mesa, un candelero de plata y una alfombra, seis ducados. »Por una comida traída de la hostería de los Tudescos, ocho ducados. »Por una cena de ídem, cuatro ducados. »Por un almuerzo de ídem, cuatro ducados.
Prefería que su mujer fuese a pie o en coche de alquiler, a exponerse a la pérdida de una de ellas. No hay que decir, si alguna se ponía enferma, lo que pasaba por nuestro banquero. La preocupación, el abatimiento se pintaban en su semblante. Visitábala a menudo, la acariciaba, y no pocas veces ayudaba al cochero y al veterinario a las curas, aunque consistiesen en ponerle lavativas.
Miraba curiosamente, á partir de este instante, á todos los transeúntes, y á veces apresuraba el paso para examinar á algunos que se le asemejaban por la espalda. Una tarde creyó reconocerlo en un carruaje de alquiler cuyo caballo marchaba á vivo trote por la avenida del Prado; pero cuando quiso seguirle, el vehículo había desaparecido en una calle inmediata.
Pero como Elena esperaba desde mucho antes este ataque, le fué fácil repelerlo avanzando sus dos manos enérgicamente, á la vez que decía: Eso equivale á quererme hacer pagar el alquiler de la casa, como un vil comerciante. En tal caso, ya no hay regalo. ¡Y yo que le creía á usted un gentleman!... Sintió cierta lástima al darse cuenta de la confusión de Pirovani.
Luego regresaba á media noche en un carruaje de alquiler, pagando á manos llenas al cochero asombrado. Otras veces, de pie ante la verja, rebuscaba en su portamonedas antes de reunir el precio de la carrera. Los hados habían mentido. Los augures de los cartoncitos estaban á aquellas horas tan limpios como él. Toledo mascullaba protestas.
El muelle estaba cerrado por una verja, detrás de la cual formábanse en filas los automóviles de alquiler esperando a los desembarcantes. La Avenida Central abría en último término su amplia perspectiva, con edificios de diversos estilos rematados por torres puntiagudas, y aceras de pedernales blancos y negros formando mosaico.
El fondista de la Grappe Bleu me hizo montar al día siguiente bien temprano en uno de esos pequeños vehículos de alquiler que no faltan nunca en los patios de las fondas para enseñar a los viajeros las curiosidades de la ciudad, y desde donde se os aparecen como entre las hojas de una guía los monumentos y las calles más importantes.
Al subir en el primer vagón que encontró al paso, le pareció ver los velos de las dos señoras desapareciendo detrás de una portezuela que se cerraba. En la estación de Salerno volvió á columbrarlas ocupando un carruaje de alquiler que se perdía en una calle próxima.
Palabra del Dia
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