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Actualizado: 22 de junio de 2025
Con su tartana y sus rocines de alquiler, hizo un gran agosto en aquel mes de julio Patafullera, un mesonero cojo de la villa, que vivía de esas y otras industrias más o menos honradas.
Entretanto, las costureras, que habían venido siguiéndolos desde los prados de San Juan hasta las huertas del Alta, y rindiéndoles culto á sus propias expensas, prescindieron también del motivo de las romerías para bailar, y también se bajaron á la población para bailar más tranquilas, y pujaron el alquiler de la mismísima huerta de Santa Lucía, y no hallaron sosiego hasta que lograron bailar en ella con el mismo gas y el propio decorado de las señoras, aunque en distintos días.
Los rudos movimientos del coche de alquiler parecían hacer saltar los recuerdos del pasado de todos los rincones de su memoria.
Echaron luego ojo a la mula, y dijo uno dellos: Esta se podrá vender el jueves en Toledo. Eso no dijo Andrés , porque no hay mula de alquiler que no sea conocida de todos los mozos de mulas que trajinan por España.
Leonora le había citado allí, en el refugio predilecto de los artistas, que aislado de la circulación, ocupa todo un lado de una plaza solitaria, señorial y tranquila, sin más ruidos que los gritos de los cocheros de alquiler y las patadas de los caballos. Había llegado en el primer tren de la mañana, sin equipaje alguno, como un colegial que se fuga con solo lo puesto.
Despidiéronla con sentimiento de verla salir; pero dándole parabienes por su boda y el buen fin que su reclusión había tenido. En la sala esperaban Maximiliano y doña Lupe, que la recogieron y se la llevaron en un coche de alquiler.
La he dado el dinero que usted me entregó, la he dicho que están pagados los quince dias de alquiler, la he exhortado á que se arrepienta, á que olvide ese amor funesto, y á que espere en la misericordia de Dios. ¿Y cómo está? la preguntó con impaciencia mi mujer. Quedó más tranquila, mucho más tranquila, y diciendo esto desapareció, dejándome las notas. No quise perder tiempo.
No podían vivir sin este vehículo; parecía que lo hubiesen poseído desde que nacieron. ¡Ah, la juventud, con su maravillosa facilidad de adaptación para todo lo que representa placer ó riqueza!... El español, sólo en casos de urgencia se acordaba de tomar un automóvil de alquiler. Prefería marchar á pie ó emplear los mismos medios de locomoción de la gente poco adinerada.
Cuentan que un fraile con ribetes de tuno y de filósofo, administrando el sacramento del matrimonio, le dijo al varón: Ahí te entrego esa mujer: trátala como a mula de alquiler, mucho garrote y poco de comer.
El «santo» protestó, defendiendo a sus camaradas. No había que maliciar de ellos ni atribuirles perversas intenciones. El se marchaba porque era un pobre y no podía soportar el alquiler de la casa. Lo sentía por Feli y por Maltrana, que le eran simpáticos y no habían alterado su vida con disgusto alguno. Pero todos vivirían aunque se separasen: la misericordia del Señor era inmensa.
Palabra del Dia
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