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Actualizado: 14 de junio de 2025


A mi no me asusta nadie exclamé, tomando mi almohada y largándola de paseo al medio del cuarto. Blanca me miró con asombro. ¿Qué haces, Reina? ¡Oh! es una costumbre. Cuando estaba en el Zarzal, lanzaba siempre mi almohada por los aires, para hacer rabiar a Susana, a quien este modo de proceder sacaba de quicio. Como Susana no está aquí, te aconsejo que renuncies a tal costumbre.

Corrió por todo su cuerpo un estremecimiento inexplicable de placer, de miedo, de vergüenza; un estremecimiento delicioso que la dejó lánguida y desvanecida con los ojos cerrados y el rostro pálido. Al cabo de un rato se volvió y hundió sus mejillas en la almohada, aspirando con narices y boca el olor que los rubios cabellos del P. Gil habían dejado en ella.

No, por cierto; estoy en el tocador de la reina y la reina me envía. Di á doña Clara Soldevilla, me dijo, que no nos haga esperar; que se vista como conviene á una recién casada que va á ser presentada con su marido á la corte y á tomar la almohada de dama de honor, mientras que su marido toma el mando de la tercera compañía de guardias españolas.

Entonces, todo va bien. Se subió al herido durante este tiempo y la joven volvió cargada de fundas de almohada, sábanas, mantas.... Sería preciso tratar de averiguar con quién nos las habemos, sin embargo, dijo la señorita Guichard, con un resto de desconfianza; porque, al fin, le hemos recogido en medio del camino y acaso es un vagabundo. No tiene absolutamente trazas de eso, dijo Herminia.

Conmovido también Ratón Pérez, se enjugó á hurtadillas una lágrima con la pata, y procuró calmar el dolor del rey Buby, enseñándole la brillante monedita de oro que iba á poner bajo la almohada de Gilito, en cambio de su primer diente. Despertó en esto la madre de Gilito, é incorporóse en el lecho, contemplando al niño dormido.

Esforzose en probarme que la calma es una gran cualidad en todos los actos de la vida; que cada cosa debe hacerse a su tiempo y lugar, y que, después de todo, no le parecía que una almohada fuese un compañero de danza muy agradable y...

Como aquellos sables que en el furor del combate se convierten en tirabuzones, la almohada, abierta de par en par, dejaba escapar la lana por las anchas heridas, mientras que un débil pedazo de funda procuraba retenerla en su forma pristina.

Llegada la noche, el viento gime dolorosamente formando eco, y acaso despertando las tristezas de tu alma... No quieres dormir ni tienes sueño, y recelas que al reclinar la cabeza en la almohada se pueble tu pensamiento de recuerdos amargos y esperanzas frustradas. ¿A quién le faltan en la vida días negros, estériles para el trabajo, en que la soledad trae de la mano a la melancolía?

Creí que iba a hablarme de ello, pero después de tocar distraídamente el anillo algunos instantes, dejó caer la cabeza sobre la almohada. No cuándo volveré a verle dijo con voz apenas perceptible. Tan luego vuelva a necesitarme Vuestra Majestad contesté. Cerró los ojos. Tarlein y el médico se acercaron. Besé la mano del Rey y salí con Tarlein. No he vuelto a ver al joven soberano.

Me desembaracé de mi mochila para convertirla en almohada, me aflojé el cinturón y con el cuchillo en la mano me tendí para descansar. Afortunadamente, los mosquitos no cesaron de turbar mi reposo; como durmiendo con sueño intranquilo, mi oído percibía vagamente todos los ruidos á mi alrededor y oía la charanga enervante de los mosquitos y el saltar de los monos chillones.

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