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Actualizado: 14 de junio de 2025
Después se desmayó; volvió en sí, abrió los ojos que ya cristalizaba la muerte y pronunció con acento ininteligible estas palabras: ¡No ha venido! En seguida dejó caer la cabeza en la almohada y exclamó en voz alta y firme: Misericordia, Señor.
Y era porque su mente se adormia Sobre la almohada de la eterna fé, Y era que el desterrado sonreia Al estampar sobre su patria el pié. Y al apagarse en su fulgor naciente La purísima aurora de su edad, Brilló sobre su tumba, refulgente, La aurora de la inmensa eternidad.
Desde que murió tu padre en la guerra contra los carlistas, yo no escribo sino las cuentas. Con buena o con mala letra, es menester que tú escribas la carta; yo te la iré dictando. Hoy todavía no. ¿Es acaso puñalada de pícaro? ¿Quién nos corre? Antes de dar un paso tan importante, conviene que lo medites y consultes con la almohada. No es mucho veinticuatro horas de término. Hoy no escribo.
Sentóse este en la cama alegremente sorprendido, y recobrando con la vida su humor chancero, tiróle a la mujer lo primero que halló a mano, una almohada, soltando un gran grito, un ¡polaina! formidable que la hizo saltar en el sillón despavorida, murmurando algunas palabras en vascuence.
El día 3 de marzo, a las ocho de la mañana, despertose espontáncamente L'Ambert, sonrió satisfecho a los primeros rayos del sol que penetraron alegres por su entreabierta ventana, tomó el pañuelo de debajo de la almohada, y se lo llevó a la nariz a fin de esclarecer sus ideas. Pero el pañuelo de batista sólo encontró el vacío: la nariz ya no existía.
La ropa blanca de Inesita estaba en la cómoda, y los vestidos y demás galas se conservaban en un cuartucho obscuro, inmediato a la alcoba, donde había perchas, y donde los cubrían algunas colchas viejas de indiana y de coco. Lo primero que hizo Inesita fue esconder la carta con el mayor disimulo entre la almohada de su cama y la funda.
Ana, que no había podido terminar la lectura de la carta, que había caído sobre la almohada como muerta en cuanto vio en aquellos renglones fangosos la confirmación terminante de sus sospechas, no pudo por entonces pensar en la pequeñez de aquel espíritu miserable que albergaba el cuerpo gallardo que ella había creído amar de veras, del que sus sentidos habían estado realmente enamorados a su modo.
Es que en cuanto estoy algún tiempo cerca de ti, de ti que nadie ha manchado, de ti en quien nadie ha puesto los labios impuros, de ti en quien mido yo como la carne de todas mis ideas y como una almohada de estrellas donde reclino, cuando nadie me ve, la cabeza cansada, estas cosas extrañas, Lucía, me vienen a los labios tan naturalmente que lo falso sería no recordarlas.
Sin embargo, Araceli irguió su cabecita con altanera indiferencia. Ya sé, ya sé todo eso, querida. ¡A ver, que la tome aquí ahora mismo ante nosotras! exclamó la amiguita de humor jocoso que la había saludado en francés . ¡Yo soy la reina! Dejad que me siente ahí en lo más alto. Margarita, echa ese cojín en el suelo. Esa es la almohada. Carmen, tú serás la madrina.
Llorais porque sus rubias cabezas inclinaron Sobre la fria almohada del lecho sepulcral, Y cual mortales tristes al sueño se entregaron, Y ángeles despertaron del coro celestial? ¡Oh! no sabeis sin duda que la alta Providencia Para su dicha eterna tal vez lo quiso así, Para salvar del mundo su cándida inocencia Que atropellar pudiera del vicio el frenesí.
Palabra del Dia
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