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Magdalena extendió hacia él sus brazos, tratando de incorporarse pero aquel esfuerzo superaba a su energía y volvió a caer sin fuerzas sobre la almohada. Cuando vio esto Amaury se desvaneció su aparente tranquilidad y aterrado por su palidez y enflaquecimiento lanzó un grito y se abalanzó a abrazarla.

El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por ser de las malas de alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; pero avínole bien que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos.

Sería la última degradación á que podía sentenciarme vuestra debilidad, el que yo no pudiese retener una de mis meninas en mi servidumbre. A propósito; es ya demasiado mujer para menina, y voy á nombrarla mi dama de honor. ¡Y quién lo impide! Nadie... pero os lo aviso. Enhorabuena: decid á doña Clara que yo la regalo el traje y el velo y aun las joyas, para cuando tome la almohada.

En los ojos del Magistral, verdes, con pintas que parecían polvo de rapé, lo más notable era la suavidad de liquen; pero en ocasiones, de en medio de aquella crasitud pegajosa salía un resplandor punzante, que era una sorpresa desagradable, como una aguja en una almohada de plumas.

Yo estaba enfrente de Neluco, arrimado a la cama también; y a la puerta de la alcoba, con los brazos cruzados y en pie, como dos estatuas de la melancolía y de la curiosidad, Facia y su hija esperando órdenes. Las primeras fueron de mi tío para pedir «otra almohada», y eso que pasaban de tres las que le servían de apoyo para sus espaldas y cabeza.

¡Calla, por Dios, mujer! , que sería el cuento de nunca acabar. La verdad es que ya esas no le convienen a usted: más vale que se busque usted otro remedio: a cabeza cansada, almohada nueva. Lo que importa es caer bien. No ha de faltarle a usted árbol donde ahorcarse. ¡Si viera usted qué chicas hay por esos rincones del mundo! Don Juan escuchaba por distraerse.

Es el caso dijo sin modestia el héroe que necesita uno condecorarse a propio, puesto que nadie se toma el trabajo de hacerlo. En cuanto a la entrada de este caballerito en la orden, venga en buen hora; pero sepa que los nuestros hacen vida ascética durmiendo en una tarima y teniendo por almohada una buena piedra. De este modo se fortalece el hombre para las fatigas de la guerra.

Creo, palabra de honor, que no pienso ya más que en el señor Baltet... Llevo la necedad hasta poner su carta debajo de mi almohada... Es un colmo y un colmo estúpido, como diría Francisca. ¿Qué necesidad tengo de la carta del señor Baltet para dormir?... ¿Estaré enferma?

Mientras el niño dormía y no se le permitía verle, y Emma, ya menos nerviosa, pero más fatigada, con un poco de calentura, volvía a su antiguo despego y lo echaba de su presencia en no necesitándole, Bonifacio se recogía a la soledad de su alcoba, y en idea contemplaba al hijo. ¡, hijo, ! se decía con el rostro hundido en la almohada . Hijo tenía que ser. Me lo decía la voz de Dios. Hijo.

Una sola palabra, y los dos seríamos hombres ricos exclamé con pena, contemplando la cara pálida del muerto, con sus ojos cerrados y su barba afeitada, que yacía sobre la almohada. Desde un principio su intención fue ocultar su secreto observó, cruzando los brazos, mi amigo Reginaldo Seton, que estaba de pie al otro lado de la cama.