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Actualizado: 29 de julio de 2025
Podía juzgarse, sin embargo, que no se había tratado mal á don Juan; algunos muebles, aunque no de lujo, decentes; una cama limpia, una alfombra usada, pero aceptable aún, y un brasero con fuego, hacían cómodo aquella especie de calabozo, si es que un calabozo puede ser cómodo para un preso.
¡Dichosa ella! solía decir el marqués, interviniendo en el caso algunas veces, mientras se paseaba por el gabinete, con las manos en los bolsillos, las cejas y los labios contraídos, la cabeza humillada y los ojos chispeantes, derramando la mirada, que quería ser triste, por los dibujos de la alfombra . ¡Dichosa ella, que está en la edad de las grandes impresiones, y puede llorar para desahogo del corazón oprimido!
Todavía se enseña al pie del Altabiscar el sitio en que murió el paladín Roldán con sus compañeros, pero las piedras que aplastaron á su ejército tiempo ha que están cubiertas bajo una alfombra de brezos y de juncos.
Silencio profundo... Doscientos ojos escrutadores se fijan en la elegida, e Isabel Mazacán le envía desde lejos un irónico saludito de enhorabuena... Currita se muerde los labios y aparecen istrías sanguinolentas en torno de sus pupilas; un pedacito de encaje del pañuelo resbala por la seda de su falda y cae sobre la alfombra... Tras el telón, Butrón se azora de nuevo; Pulido murmura: «¡Lo dije!», y el tío Frasquito desiste de velarse el rostro con las manos por miedo de perder de nuevo el equilibrio... Diógenes ha desaparecido de la concha... La marquesa de Butrón prosigue: Vocales: excelentísima señora duquesa de Astorga, excelentísima señora condesa de Villarcayo...
Creyó ésta que venían a pedirle limosna o ayuda para alguna obra de caridad, como a veces acontecía, y mandó que entrase el recién llegado. A los pocos instantes, en el gabinete, alegre y claro como un día hermoso, apareció la severa figura de Tirso, cuyos manteos semejaron enorme mancha negra arrojada sobre la alfombra blanquecina y los muebles de matices pálidos.
Cerca de ella la aguja de acero y cabeza de zafiros, verdadero estilete, estaba caída en la alfombra. Lea la cogió con la mano izquierda y se levantó. Sorege le dió un tremendo empujón hacia la mesa. ¡Vamos! ¡Despachémonos! No tengo tiempo de andar en contemplaciones. No tienes la mano tan estropeada que no puedas escribir... ¡Pronto!
En cambio, las flores de la alfombra, que se ve en lo profundo, tomaríanse por miniaturas. Multitud de personas de todas clases, habitantes en la ciudad, acudieron tempranito a coger puesto en las claraboyas del Salón de Columnas para ver la comida de los pobres.
Siguió una mañana Viváis-mil-años a la viuda, y vio que la llevaban a la catedral, y que ella se iba, seguida de los criados, a la capilla de San Fernando; y que allí los pajes extendían sobre el blanco mármol la alfombra, abrían la silla de tijera, y ponían delante de ella el cojín de terciopelo con rapacejos de oro para que la bella indiana se arrodillase.
El padre Aliaga levantó la vista de sobre la alfombra y la fijó en la reina. Margarita de Austria sonreía; su sonrisa era la expresión de un contento íntimo, y aumentaba su dulce belleza. La mirada que el padre Aliaga fijó en la reina, era la perpetua mirada que el mundo conocía en él: reposada, tranquila, y aun nos atrevemos á decirlo: ascética.
Una inmensa alfombra de gramíneas rizadas cubre las orillas del canal, y sobre ese interminable feston, agitado por las brisas, se mecen las palmas elegantes de las gramíneas arbóreas, entretejidas por cortinas flotantes de parásitas y flores, que forman sobre la cabeza del viajero una bóveda sombría, poblada de perfumes desconocidos y de indefinible belleza artística.
Palabra del Dia
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