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Ha sido, no hay duda, una daga de hoja larga y delgada, un estilete, muy probablemente. He encontrado en la parte exterior de la herida, sobre la tela de su sobretodo, algo así como grasa, o, más bien dicho, gordura animal. Voy a hacer analizar un poco, ¿y sabe lo que espero encontrar en ella? No; ¿qué? Veneno fue su contestación.

Yo no llevaba encima más que mi estilete; me lancé en persecución del asesino le alcancé cerca de una roca. El era fuerte y vigoroso, pero la sangre de mi padre había manchado mis ropas... y le degollé con fruición. He aquí cómo abandoné Italia con mi pobre Sed'lha ¿qué habrías hecho , Blasillo?

En cierta ocasión, habiendo hablado en un artículo del mondadientes de marfil de una dama, viéndose obligado á repetirlo por la fuerza de la sintaxis y pareciéndole vulgar la palabra palillo, llamó á aquel objeto el ebúrneo estilete. Por esta razón aparecían en sus escritos unas palabrejas que sus enemigos, en el furor de la envidia, llamaban estrambóticas.

Cerca de ella la aguja de acero y cabeza de zafiros, verdadero estilete, estaba caída en la alfombra. Lea la cogió con la mano izquierda y se levantó. Sorege le dió un tremendo empujón hacia la mesa. ¡Vamos! ¡Despachémonos! No tengo tiempo de andar en contemplaciones. No tienes la mano tan estropeada que no puedas escribir... ¡Pronto!

Y le mostró una especie de puñal disimulado, un estilete sutil y triangular de verdadero acero, rematado por una perla larga de vidrio que podía servir de empuñadura. «¡Entre qué gente vives! murmuraba en el interior de Ferragut la voz de la cordura . ¡Dónde te has metido, hijo mío

Con amorosa suavidad sacó de su cintura un cuchillo inglés adquirido en la época en que era patrón de barca: una hoja brillante que reproducía los rostros que la contemplaban, con punta aguda de estilete y filo de navaja de afeitar.

El agua, empujada por rápida velocidad, ha perdido sus ondulaciones y sus pequeñas olas; todos sus rizos, prolongados por la rapidez del torrente se han cambiado en otras tantos líneas perpendiculares como trazadas por la punta de un estilete.

Sus brazos se abrieron y buscaron en el aire un punto de apoyo. Trató de arrancarse el estilete de acero que tenía clavado, dió dos pasos vacilantes, sus rodillas flaquearon y cayó dando un suspiro aterrador. Al caer, la aguja se lo introdujo hasta la cabeza de zafiros. Sufrió una convulsión que le hizo volverse de espalda y se quedó inmóvil.

Haciendo elogios hiperbólicos de la virtud y el talento de su compañero, supo, no obstante, clavarle el estilete hasta la empuñadura. Sus reticencias insidiosas, el acento protector y triste con que disculpó las faltas de los sacerdotes, y las últimas palabras dirigidas a excitar la benevolencia del tribunal, causaron profunda impresión en el auditorio.