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Actualizado: 29 de julio de 2025
La inmensa sala, ensanchada aun por los colosales espejos que multiplicaban al infinito las luces de las arañas, estaba toda alfombrada: alfombra tenían los salones de Europa, y aunque el piso era brillantísimo y de anchas tablas, alfombra debía tener tambien el suyo pues ¡no faltaba más! La rica sillería de Cpn.
Pasaron unos instantes y, disminuida ya la confusión, se fijó en un hombre que quedó en medio del andén, solo, mirando desorientado a todas partes, sin soltar una cesta y un saco de alfombra que llevaba en las manos, dudosamente limpias.
Y sacó del seno un papel doblado, que se desprendió de sus manos y cayó sobre la alfombra. Don Juan estaba inmóvil, mudo, dominado por el terror.
Dieciocho pequeños volúmenes encuadernados en cartón de diversos colores están esparcidos junto a mí sobre la alfombra; tan pronto entreabro y leo aquel o el de más allá, reflexiono sobre las fechas del principio y el fin de cada uno sin cansarme de leer y releer, llorando o sonriendo tristemente. Uno de ellos contiene EL MANUSCRITO DE MI MADRE.
Una de ellas era joven y notablemente bella; mi reciente experiencia me había formado el gusto respecto de aquellas definiciones delicadas y ya no me equivocaba. Me fijé en la manera de hollar con paso leve y corto el césped que crecía al pie de los árboles, como si caminara sobre la flexible pelusa de una alfombra.
El pavimento de la sala está cubierto con una alfombra ordinaria y sus paredes exornadas de varios cromos que representan... No percibimos bien lo que representan: ya lo sabremos cuando haya un poco más de luz. Se oye una respiración suave y acompasada. La luz deja en descubierto el marco de una puerta con vidriera discretamente entornada.
En silencio tomó un par de pequeñas tijeras de hacer ojales de encima de la mesita-escritorio que había junto de la ventana, y me las entregó. Luego, temblándome la mano de agitación, introduje la punta en el extremo de la bolsita y la corté largo a largo, pero lo que cayó sobre la alfombra un momento después nos arrancó dos fuertes exclamaciones de sorpresa.
Mas he aquí que un día se les antoja a los bárbaros penetrar con sus carros, con sus mujeres e hijas en nuestro delicioso campamento. Cayeron los árboles más o menos seculares, y sus hojas sirvieron de alfombra a los triunfadores. También nuestras frentes humilladas les sirvieron de alfombra.
Al entrar percibió una temperatura tibia, el aroma de bienestar que esparce la riqueza: los pies se le hundían en mullida alfombra; por orden de Santiago dos criados le despojaron inmediatamente de sus harapos empapados de agua y le pusieron ropa limpia y de abrigo.
¿Puedo volver a ver, por ejemplo, esa encantadora hierba doncella, tan querida de Rousseau, sin acordarme de que cuando tu primera visita a estos campos nos gustaba tomarla sobre la alfombra fresca y sombreada de este bosquecillo, en memoria de un escritor cuyas obras adorábamos?
Palabra del Dia
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