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Actualizado: 25 de junio de 2025


Era necesario cambiar de vida, para evitar nuevos ataques. Pensaba dedicarse a la caza con ahinco. Montaría además un gimnasio en el sitio más adecuado de la casa. En fin, se prometía ser otro hombre así que curase del todo. Cecilia aplaudía aquella decisión; prometía ir con él algunas veces. Gozaba mucho más en Tejada que en Sarrió. Había nacido para aldeana. El se reía de aquellos propósitos.

Lo que despertaba sobre todo el pobre Breal eran los ardientes recuerdos que la joven hubiera querido adormecer para siempre; las locas carreras por el polvoriento camino al galope del fogoso poney, los chasquidos del látigo del cochero improvisado mezclados con los gritos de susto de la de Raynal, los regresos melancólicos en las primeras sombras del crepúsculo que borraban el paisaje y echaban en las olas como un velo de viuda, el estrépito de la feria de Breal, el acento zalamero de la aldeana: ¡Un corderito para la señora!

Iré sola, porque no quisiera agravar sus gastos; fuera muy mal hecho el que yo favoreciera mis comodidades mientras mi madre sufre acaso la pérdida de sus bienes. Con el objeto de emprender el viaje con entera libertad, he dado a criar mi pequeñita a una robusta aldeana de Milly. El viaje que voy a emprender es largo, pero me siento tan ágil como si tuviera quince años.

Clavó en ellos los ojos, quiso dirigirse primero a uno y luego a otro, vaciló, llenarónsele las mejillas de lágrimas, y por último, extendiendo abiertos los brazos, cogió a los dos al mismo tiempo, les atrajo contra su pecho..., los apartó, tornó a mirarlos, y enloquecida de dudas y alegrías, apretándoles de nuevo contra , abarcando juntas las cabezas, se las cubrió de besos y caricias, mientras la aldeana, que la reconoció en seguida, gritaba con su dulce acento gallego: «Juan, está quieto; Pedro non te vayas

La inmensa sábana azul del Océano, donde brillaban tres o cuatro velas como blancas gaviotas, cerraban el panorama. Alrededor de la ermita, las mujerucas de los contornos, entre las cuales había más de una fresca y hermosa aldeana de rojos labios y blancas mejillas satinadas, vendían leche en pucheritos de barro negro.

Insensiblemente Pedro empezó á tratar á su señora como á una compañera, hasta reirse algunas veces de sus preguntas inocentes y disparatadas. La condesa reía también, así que las hacía; pero le daba golpecitos con la sombrilla, llamándole burlón y cazurro. Si la despojasen de su ropa y la pusiesen un traje de aldeana, hubieran pasado muy bien por novios ó hermanos.

¿Sabe que tendría gracia, D. Andrés, que usted fuese descalzo? No será más que hasta la rectoral. Cuando pasemos por allí entraré y sacare mis borceguíes de caza... Vaya, póntelos, que me das gusto en ello... La aldeana se resistió mucho tiempo, en broma primero, en serió después: le parecía un absurdo.

Al perderla de vista no cayó la pobre aldeana exánime sobre las losas del Muelle, porque Dios ha dado á estas criaturas una fuerza y una fe tan grandes como sus infortunios.... Aquella misma tarde, á la caída del sol, atravesaban tío Nardo y su mujer la extensa sierra que conduce á su lugar. Mustios iban los dos y cabizbajos, el uno en pos del otro. Pensaban en Andrés.

Si quieren ustedes, las acompañaré. Bueno. Pasamos los tres por el arenal y salimos a la punta del Faro. Me chocó que Mary hablase el vascuence tan bien. Parecía una aldeana que no hubiese salido del pueblo. Nos acercamos a la casa del torrero; de pronto Quenoveva comenzó a gritar como un hombre, y corrió a la barandilla del faro, donde había visto a uno de sus hermanos inclinado hacia afuera.

Tiene razón D. Luis: yo no le merezco. ¿Cómo, por más esfuerzos que hiciera, habría yo de elevarme hasta él, y comprenderle, y poner en perfecta comunicación mi espíritu con el suyo? Yo soy zafia aldeana, inculta, necia; él no hay ciencia que no comprenda, ni arcano que ignore, ni esfera encumbrada del mundo intelectual a donde no suba.

Palabra del Dia

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