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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Por oír esas dos palabras, que ponían un tinte de rubor en las mejillas de Liette, hubiera el conde despojado todas las tiendas y hecho la fortuna de todos los ganaderos. De este modo se llevaron triunfalmente de Breal un precioso corderillo, «que acaba de dejar a la oveja, caballero, y que su señora de usted podrá domesticar como un perro faldero

Y al volver los ojos al modesto interior, lo mismo la fría oficina que el salón de elegancias pasadas de moda, el capitán encontraba con placer infantil todos los muebles y todos los objetos familiares, todo, hasta el pobre Breal, primer compañero de sus juegos, disecado en memoria suya.

Silencio Breal, vas a despertar a mamá dijo temerosa.

El mismo Breal le seguía con sus ojos de vidrio con tanta complacencia, que el joven estaba tentado por interpelarle directamente como en los tiempos en que siendo pequeño le tomaba por confidente de sus sueños infantiles. ¡Era dichoso! ¿Por qué?, hubiera preguntado la fría razón.

Era sobre todo el instante supremo, en el recogimiento de la obscura capilla, cuando conoció la inefable embriaguez de un amor correspondido. ¡Pobre Breal! Mago inconsciente, su voz evocaba aquel pasado inolvidable, y mientras le regañaba un poco, Liette acariciaba maquinalmente sus lanas de nieve como las imágenes engañadoras que pasaban ante sus ojos soñadores.

Lo que despertaba sobre todo el pobre Breal eran los ardientes recuerdos que la joven hubiera querido adormecer para siempre; las locas carreras por el polvoriento camino al galope del fogoso poney, los chasquidos del látigo del cochero improvisado mezclados con los gritos de susto de la de Raynal, los regresos melancólicos en las primeras sombras del crepúsculo que borraban el paisaje y echaban en las olas como un velo de viuda, el estrépito de la feria de Breal, el acento zalamero de la aldeana: ¡Un corderito para la señora!

Palabra del Dia

primorosos

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