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Aunque sea una indiscreción, o por mejor decir, una bajeza el acechar, oigámoslos en la huerta escondidos detrás de este naranjo, cuyo tronco permanece firme, mientras sus flores se han marchitado y sus hojas se han caído, como queda en el fondo del alma la resignación, cuando se ha ajado la alegría y se han muerto las esperanzas; oigamos, volvemos a decir, el coloquio que en secreto conciliábulo tienen los mencionados confidentes, mientras fray Gabriel, que está a mil leguas, aunque pegado a ellos, amarra con vencejos las lechugas para que crezcan blancas y tiernas.

Y mientras ella, sin pensar en que le tenía allí, devoraba con los ojos a la tiple y al barítono, Bonis paseaba la mirada triste, seria y tiernamente curiosa, del rostro pálido, ajado de su esposa, al vientre que una vez había engañado sus esperanzas; y oyendo, sin comprenderla en aquel momento, la música romántica del dúo, se dijo entre dientes: No importa...; más vieja era Sara.

El mueblaje, que presenta huellas de las generaciones pasadas, es viejo y está un poco ajado, pero a me gusta tal como es. En cada una de sus arrugas se escribe la edad de un matiz claro, o en algo más rapado.

Entre doña Camila y don Carlos habían ajado las rosas de su rostro; aquella turgencia y expansión de formas que al amante del aya le arrancaban chispas de los ojos, habían contenido su crecimiento; Anita iba a transformarse en mujer cuando parecía muy lejos aún de esta crisis; estaba delgada, pálida, débil; sus quince años eran ingratos: a los diez tenía las apariencias de los trece, y a los quince representaba dos menos.

A aquella hora la oficina estaba cerrada, y libres de importunos, ambos gozaban de la intimidad del reposo dominical que adormecía al humilde pueblo. Sentado enfrente de ella en el saloncillo ajado y delante del almohadón en que Liette acababa de poner su cesto de labor, Carlos se creía vuelto a la niñez y una sensación de exquisita dulzura penetraba en su ser.

Por el rostro ajado del anciano pasó una sonrisa, la sonrisa del hombre que comprende y perdona. Repuso: El antiguo proverbio de que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, se encuentra justificado sin duda una vez más aquí, pero no toca sino someramente el asunto que nos ocupa.

Tenía la misma figura gallarda y arrogante, mas el rostro estaba notablemente ajado; dibujábase en torno de sus ojos un círculo grande azulado, y surcaban su frente dos profundas arrugas, señales que acreditaban la violencia y soberbia de su genio: los negros y sedosos cabellos que Miguel admiraba en otro tiempo, blanqueaban ya por tantos sitios, que eran más grises que negros: vestía una bata de seda, también ajada, y ajados estaban también los muebles de la sala, y ajadas las cortinas y la alfombra.

Unos amores tan largos es cosa que debe respetarse manifestó Enriqueta con profunda convicción. Los demás expresaron también su aprobación poniéndose muy serios. Parecía que aquel adulterio era cosa sagrada e intangible. A los postres llegó Rosita León, una mujercilla que sólo tenía de joven la figura grácil, elegante y vivaracha. El rostro bastante ajado y con pronunciadas ojeras.

Y se dirigió á una puerta en paso rápido, poderoso, en que se revelaba la excitación de que estaba poseída. Don Juan la siguió. Y dominado por lo extraño, por lo maravilloso, y aun podemos decir por lo terrible de la situación, ni aun se acordó de que iba pobremente vestido, con su sombrero ajado, su capilla parda y sus botas de camino enlodadas hasta las corvas.

Un armario ropero de triple luna tenía las puertas entreabiertas, y de su seno de cedro se veían salir desordenados vestidos, rasos y granadinas, fayas y gros riquísimos, todo ajado y descolorido, todo en tal manera invadido por la muerte, que parecía próximo a caer; si se le tocaba, en menudas partículas como las flores de antaño.