United States or Wallis and Futuna ? Vote for the TOP Country of the Week !


Bien era oficial de ejército y tenía una cuarta más de alto, nariz aguileña, mucha fuerza muscular y una cabeza... una cabeza que no le dolía nunca; o bien un paisano pudiente y muy galán, que hablaba por los codos sin turbarse nunca, capaz de echarle una flor a la mujer más arisca, y que estaba en sociedad de mujeres como el pez en el agua.

A la cabeza de la fila, dirigiendo las evoluciones de la danza y acompañándola con patadas y gritos, destacábase un joven altísimo y enjuto de carnes, con nariz aguileña, fino bigote y ojos ardientes. Se cubría con un caftán sucio y magnífico de seda roja bordada de oro. Estos bordados habían tomado con los años un empañamiento verdoso.

Así lo hizo, con las cejas fruncidas, los labios contraídos bajo la nariz aguileña, sin dar un suspiro; pero dos gruesas lágrimas corrieron lentamente por las arrugas de sus mejillas. Y cuando hubo acabado, volviose, ocultando los ojos con la manga del vestido, y dijo: Está bien... Ve..., ve..., hijo mío, tu madre te bendice.

Además interrumpió Maltrana , basta leer la descripción que hacen Las Casas y otros historiadores del tipo físico del Almirante: bermejo, cariluengo, la nariz aguileña, pecoso, enojadizo, elocuente y muy duro para los trabajos. La codicia es notoria en él; pero codiciosos fueron igualmente todos los que intervinieron en sus descubrimientos.

Todo en él era altisonante, desde el taco torcido de sus viejos botines deslustrados que él al caminar tenía la pretensión de hacer sonar con toda prosopopeya y acompasadamente, pues su andar era cadencioso, y casi pudiera decirse rítmico , hasta el lente que colgaba sobre su fina nariz aguileña, y el cual, no conteniendo sino un vidrio, pues el otro se había caído, daba a su fisonomía una expresión grotesca, marcadamente satírica.

Sentada en una butaca trabajando con aguja de marfil en una colcha de estambre estaba Eulalia, cuya fisonomía semejaba notablemente a la de su papá: era también larga de cara, aguileña, de cejas pobladas y labios colgantes que expresaban un profundo desprecio a todo lo que abarcaban sus ojos: como él, tenía fruncida la frente casi siempre, lo cual daba a su rostro una expresión hostil, no muy común por fortuna en las doncellas de sus años; porque Eulalia estaba en la edad del amor, de las ilusiones, de la ternura, del rubor y la inocencia, por más que ninguna de estas cosas se advirtiesen en ella.

¡Amigas! las cuatro; si no estamos de vuelta para las oraciones, daremos que hablar dijo levantándose la más alta de estas vírgenes locas, muchacha de nariz aguileña y maneras resueltas que revelaban a la inteligente directora del cotarro. ¿Tienes los libros, Adelaida? Adelaida enseñó debajo de su impermeable tres libros de no muy santa apariencia. ¿Y las provisiones, Carolina?

Todas estas señoritas vuelan hacia sus caballetes: se han puesto las blusas y aparentan absorberse en su arte. Joaquín entra; es un hombre de cincuenta años, extremadamente chic y muy atildado. Tiene manos de prelado, rostro banal de artista mundano, hermosos ojos negros, nariz aguileña, bigotes finos y barba en punta, demasiado negra. Luce una severa levita con la gran roseta de comendador.

Dijérase que había pasado, no una semana de meditación, sino muchos meses de ayuno; la noble y aguileña faz, tan enjuta, que casi era traslúcida; el cuerpecillo, tan reducido y descarnado, que apenas gravitaba sobre el suelo.

Beracochea era hombre con tipo de mosquetero: nariz aguileña, barba negra en punta, sombrero de ala ancha y melenas. Llevaba un bastón grueso, cuyo mango era un martillo, y volvía de sus paseos con los bolsillos llenos de piedras. Beracochea tenía fama de hereje; él decía con orgullo que su padre había sido uno de los primeros suscriptores a la célebre Enciclopedia metódica de Diderot.