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Actualizado: 12 de junio de 2025


El antiguo millonario sobrellevaba con dignidad su desgracia. Era un hombre de cincuenta años, más bien bajo que alto, la nariz aguileña y la barba canosa. En medio de una existencia ruda conservaba su primitiva educación. Sus maneras delataban á la persona nacida en un ambiente social muy superior al que ahora le rodeaba.

Y aquella anciana, que un momento antes parecía tan débil, se arrojó sobre una enorme piedra y la levantó con ambas manos; luego, adelantándose con paso firme sueltos los largos cabellos grises, la nariz aguileña hundida en sus contraídos labios, las mejillas tersas y el cuerpo doblado , llegó hasta el borde del abismo y lanzó la piedra al vacío, en que describió una curva inmensa.

No quiere decir esto, sin embargo, que se remonten a ninguna época antidiluviana; pero razones de alta conveniencia impídenme precisar la fecha exacta en que este funcionario ministerial cambió su nariz aguileña por una nariz recta. Por eso he dicho en aquellos tiempos, hablando de una manera vaga como los fabulistas.

La mirada era humilde y serena; estaba casi ciego, y la melancolía del indio parecía de tal manera característica a ese rostro, que se hubiera dicho que jamás una sonrisa había podido iluminarlo. Los cabellos del anciano eran negros, largos y lustrosos, a pesar de la edad; la frente elevada y pensativa; la nariz aguileña; la barba poquísima y la boca severa.

Podría ser que fuese otro que le pareciese, aunque hay pocos que le parezcan. ¿Cómo no? -replicó el del Bosque-. Por el cielo que nos cubre, que peleé con don Quijote, y le vencí y rendí; y es un hombre alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de miembros, entrecano, la nariz aguileña y algo corva, de bigotes grandes, negros y caídos.

Entonces la labradora, cuya nariz aguileña se había encorvado hasta tocar los labios, a causa de la indignación que le producía ver cómo Hullin tomaba a broma su sueño, levantó la cabeza, y los grandes surcos de sus mejillas desaparecieron. Catalina cogió la carta, miró el lacre rojo y dijo a la joven: Dame un beso, Luisa; son buenas noticias. Luisa abrazó y besó a la anciana con frenesí.

Aunque más agitada, no dejaba de ser dulce y sabrosa la que llevaba el capellán D. Lesmes. Rasurado con primor, más bien delgado que grueso, de tez sonrosada, nariz aguileña, ojos pequeños y vivos y no poco pícaros, de cuarenta años de edad. No tenía más órdenes que la prima tonsura impuesta para que pudiese disfrutar las pingües rentas de una capellanía de familia.

La nariz era aguda y aguileña, la nariz de todos los Febrer, valientes pájaros de presa de las soledades del mar; la boca desdeñosa y sumida; el mentón saliente y recubierto por la suave vegetación, rala y fina, de la barba y el bigote. «¡Ah, deliciosa miss MaryCerca de un año había durado la alegre peregrinación por Europa.

Dos minutos después los cristales volaban en pedazos; los muebles, los jergones y la ropa blanca salía por todas las ventanas a la vez. Catalina contemplaba aquel estrago con aire tranquilo, y su nariz aguileña parecía más inclinada hacia la boca.

Siempre había permanecido soltero; tenía una lengua como un hacha, con la que destrozaba las reputaciones; y en su maligno rostro, en sus ojos vivarachos y algo bizcos, en su nariz aguileña y en su boca sumida y burlona se revelaba cierta diabólica y punzante travesura.

Palabra del Dia

rigoleto

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