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Lo compadezco y lo admiro, porque supongo que a fuerza de labor usted ha adquirido esa compostura necesaria, para interponer, entre usted y esos de quienes habla, una barrera infranqueable!... ¡Horrible labor, amigo mío!

No os entiendo, don Francisco. Estáis desconfiando de vos misma, y desconfiáis de ; vos, señora, sois una valiente, una generosa, una noble joven; vuestra alma es toda caridad; os sacrificáis por una mártir; dobláis vuestro orgullo de mujer, exponéis vuestro corazón, arrostráis la cólera de vuestro padre; Dios os premiará, yo os reverencio y os admiro.

Era teniente y continuaba sus estudios para ingresar en el Estado Mayor. «¿Quién sabe si llegará á ser otro Moltke?», decía el padre. Y la bulliciosa Chichí lo bautizó con un apodo, aceptado por la familia. Otto fué en adelante Moltkecito para sus parientes de París. Desnoyers se admiró de las transformaciones realizadas por los años.

No llega usted á este punto del satanismo, y más vale así. Se queda usted en menos de la mitad del camino, y por usted lo celebro. En cuanto á los catorce sonetos, serían estéticamente mejores si fuesen satánicos. Yo comprendo á Baudelaire, y en cierto modo le admiro, aunque me disgusta.

He sentido también que me llame invidioso, y que, como a ignorante, me describa qué cosa sea la invidia; que, en realidad de verdad, de dos que hay, yo no conozco sino a la santa, a la noble y bien intencionada; y, siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo: que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa.

El bosque admiró y entusiasmó a la dama por encima de todo. Era una masa de robles añosos donde no penetraba jamás un rayo de sol. El suelo estaba limpio de abrojos, tapizado de césped que convidaba a reposar. Ninguna otra finca de recreo de la provincia poseía aquel regalo, procedente quizá de la primitiva selva donde se había fundado el monasterio que dio origen a Lancia. Quiso descansar un instante debajo de aquella bóveda verde por donde la luz se cernía trabajosamente. Reinaba una paz, un amable sosiego que impresionaba como el silencio y la luz dormida de una, catedral gótica, pero con emoción más dulce. Apoyó la espalda en un árbol y paseó largo rato su mirada asombrada por la espesura. El conde estaba en pie algo más lejos. Ambos permanecieron mudos largo rato. Por fin el caballero sintió, sin verlo, que los ojos de la dama estaban posados sobre él. Resistió algunos momentos la atracción magnética de aquella mirada. Cuando al cabo volvió la suya vio que en efecto le contemplaba de hito en hito con expresión risueña y audaz que le hizo bajar la vista. Amalia soltó una alegre carcajada.

Admiró la princesa este miembro atlético, de piel obscura cortada por la blanca tortuosidad de la carne nueva. ¡Las otras!... ¡Quiero ver las otras! ordenó, clavando en él unos ojos agresivos como si fuese á morderle, mientras se doblaba hacia abajo el arco de su boca con llorosa humedad.

Pensé que habían tomado por el monte abajo y se habían ido á Carrio... Me admiró porque no creía que Demetria tuviese amistad con ese pícaro... Guardó silencio. Nolo, inmóvil y pálido, esperó todavía algunos instantes á que prosiguiese. ¿Es eso todo? Todo. ¿No sabes más? Nada más. Bien... pues muchas gracias y hasta la vista.

Me admiro de que un señorito como usted pueda aguantar todo el año aquí, sin moverse de estas montañas fieras.... ¿No se aburre? El marqués miraba al suelo, aun cuando en él no había cosa digna de verse. La idea del capellán no le cogía de sorpresa. ¡Salir de aquí! exclamó . ¿Y a dónde demontre se va uno?

Somoza, Paco y Joaquín Orgaz ayudaron a Obdulia a salir del cajón maldito. El Magistral tuvo una verdadera ovación. Paco le admiró en silencio: la fuerza muscular le inspiraba un terror algo religioso; él había malgastado la suya en las lides de amor. Tenía bastante carne, pero blanda.