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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Acaso porque todos, confesándolo ó no, apreciamos en mucho aquellas cualidades en que no abundamos, yo admiro la obra paciente é inteligentísima de los eruditos, de los bibliógrafos, de los escudriñadores de las fuentes vivas en nuestra literatura, en nuestra ciencia y en nuestra historia. Y esta obra de perseverancia y sabiduría se realiza con admirable solidaridad.

Acudió Lotario con mucha presteza, despavorido y sin aliento, a sacar la daga, y, en ver la pequeña herida, salió del temor que hasta entonces tenía, y de nuevo se admiró de la sagacidad, prudencia y mucha discreción de la hermosa Camila; y, por acudir con lo que a él le tocaba, comenzó a hacer una larga y triste lamentación sobre el cuerpo de Camila, como si estuviera difunta, echándose muchas maldiciones, no sólo a él, sino al que había sido causa de habelle puesto en aquel término.

La lavandera los admiró a su sabor, y admirándolos se fue poco a poco hacia un sitio de donde salía un rico olorcillo de viandas muy suculento y delicioso. De esta suerte llegó a la cocina; pero ni jefe, ni sota-cocineros, ni pinches, ni fregatrices había en ella; todo estaba desierto, como el resto del palacio.

Sintió el roce de la misma vida de placer y pasión que absorbía en los libros como vino embriagador; y aunque de lejos, admiró en Milán la dorada y aventurera bohemia de los cantantes; en Roma, el esplendor de una aristocracia señorial y artista en perpetua rivalidad con la de París y Londres, y en Florencia, la elegancia inglesa emigrada en busca del sol, paseando sus canotiers de paja, las cabelleras de oro de las misses y sus parloteos de pájaro por los jardines donde meditaba el sombrío poeta y relataba Bocaccio sus alegres cuentos para alejar el miedo a la peste.

Les admiro, en primer término, por su formidable capacidad de querer, y me inclino ante «la escuela de voluntad y de trabajo» que como de sus progenitores nacionales dijo Philarète-Chasles ellos han instituído. En el principio la acción era.

Yo los admiro porque han hecho revoluciones, y mucho de lo que pensamos se lo debemos a ellos; pero en esto de los toros, ¡vamos, hombre... que no dicen mas que disparates! A los diez días de permanencia en Sevilla, el doctor regresó a Madrid. Vaya, buen mozo dijo al enfermo . no me necesitas, y yo tengo mucho que hacer. Nada de imprudencias. Pasados dos meses, estarás sano y fuerte.

Ramiro admiró el fantástico arminio que revestía las techumbres y las almenas en la noche diáfana; ¡y soñó en cosas del Cielo, en claras armonías del Paraíso, en el alma de Teresa de Jesús gozando de Dios, entre la innumerable blancura de los serafines!

¡Dios mío, qué ángel es usted! dijo Lázaro. ¡Qué perfección! Yo la admiro á usted y la venero, señora. No soy digna de veneración, sino de lástima contestó con mucha amargura. Y dió un suspiro profundísimo que parecía sacar al espacio los misterios encerrados en el Sancta sanctorum de su pecho. ¡Digna de lástima! exclamó el aragonés sorprendido. ¿Pues qué puede usted apetecer? ¿Qué la preocupa?

Doña Inés se disgustó y rabió, pero don Alvaro quedó más encantado que Calvete y le dio en albricias un doblón de a cuatro duros, después que el niño dijo delante de él la palabreja y él admiró el aprovechamiento y la precocidad del discípulo y la virtud didáctica del maestro.

En fin, dio cuenta de la burla que Sancho había hecho a su amo, dándole a entender que Dulcinea estaba encantada y transformada en labradora, y cómo la duquesa su mujer había dado a entender a Sancho que él era el que se engañaba, porque verdaderamente estaba encantada Dulcinea; de que no poco se rió y admiró el bachiller, considerando la agudeza y simplicidad de Sancho, como del estremo de la locura de don Quijote.

Palabra del Dia

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