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Actualizado: 26 de mayo de 2025
¿La reina en persona...? ¿Creéis que la reina haya podido ir á casa de la señora María de noche y sola? Yo ya no me admiro de nada, señor Francisco, de nada; además que la dama tapada ofreció como seguridad de los mil y quinientos doblones, mejor, de los tres mil doblones, un recibo en forma de puño y mano de la reina, firmado por ella misma.
Me parece esta nación fecundísima en ingenios de toda clase. Yo los admiro y quiero seguir admirándolos sin tropiezo. Acaso te parezca extravagante modo de discurrir, mas es lo cierto que, a fin de no tropezar y conseguir que la tal admiración salga rodando por el suelo, me he abstenido de buscar la sociedad literaria parisina.
Jacinta admiró la cómoda, bruñida de tanto fregoteo, y el altar que sobre ella formaban mil baratijas, y las fotografías de gente de tropa, con los pantalones pintados de rojo y los botones de amarillo.
Mucho hay de eso dijo Ojeda con exaltación pero yo admiro al Almirante, fuese de donde fuese y tuviera la sangre que tuviera, como un soñador enérgico, que no descansó hasta levantar una punta del misterio que envolvía al mundo. Admiro en él sus errores estupendos y las teorías bizarras que por caminos tortuosos le llevaron hasta la verdad.
¿De verdad que no has nacido aquí?... Entonces tienes razón; no puedo pegarte. Toma cinco pesos. Cuando Desnoyers entró en la estancia, Madariaga empezaba á perder la cuenta de los que estaban bajo su potestad á uso latino antiguo y podían recibir sus golpes. Eran tantos, que incurría en frecuentes confusiones. El francés admiró el ojo experto de su patrón para los negocios.
Aunque él no le vio la cara, admiró la gracia y gallardía de su andar, la esbeltez y elegancia de su talle, cierto inefable prestigio seductor que como nimbo luminoso la circundaba, y la aristocrática belleza de sus blancas, lindas y bien cuidadas manos. La dama quiso ver cuanto de más rico en el bazar había.
Lo primero que admiró Ulises al entrar en la casa del médico fueron tres fragatas que adornaban el techo del comedor: tres embarcaciones maravillosas, en las que no faltaban vela, garrucha, cuerda ni ancla, y que podían hacerse al mar en cualquier momento con una tripulación de liliputienses. Eran obra de su abuelo el patrón Ferragut.
Después de este insulto supremo se sintió más ágil, y empezó á bajar unos peldaños, hasta dar con la cocina. Aquí admiró más que en los salones el bienestar de su nieta. ¡Qué abundancia! ¡Qué de cacerolas brillantes como astros!... La cocinera le hizo los honores de sus dominios, colocando sobre la mesa una botella y dos vasos. La bebieron entera, hablando de sus penas.
Yo admiro continuó Ojeda la ilusión casi infantil que acompaña a Colón hasta la muerte, haciéndole encontrar en todas partes riquezas y recuerdos bíblicos.
Esos campeones que yo admiro son los modestos servidores de Dios que mortifican la carne para dominar el espíritu. Los admiro y los respeto. Sea en buen hora, mon petit, y nadie te lo ha de impedir mientras yo ande cerca. Para predicador no tienes precio.
Palabra del Dia
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