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Actualizado: 15 de junio de 2025


Verdad que le había declarado mi amor; verdad que ella acogía mis galanteos con indulgencia, y aun mostraba en algunas ocasiones señales, más o menos manifiestas, de que mis instancias le eran agradables y concluiría por ceder a ellas. Pero no es menos cierto que, por una o por otra causa, no había cedido, y que yo no podía jactarme con verdad de ser dueño de su corazón.

Sólo él podrá darles los importantes datos que posee, pues él es quien los ha obtenido á fuerza de perseverancia y de sagacidad. La señora de Freneuse miró á su hija para ver cómo acogía esta petición. La joven hizo un movimiento de protesta, palideció y dijo, sin embargo: Recíbele, madre mía, si tienes en ello interés. Yo me retiraré. ¿No puedes mostrarte menos rigurosa?

Resignado o no resignado con el fallo del público, dejó de escribir dramas y adoptó el noble papel de protector de autores y artistas desconocidos y de empresas arruinadas. El joven provinciano que llegase a Madrid con un drama en el bolsillo, no podía emprender camino mejor para verlo representado que el de la casa de D. Jerónimo. Todo lo acogía con los brazos abiertos, malo y bueno.

El banderillero acogía con mansedumbre las bromas del espada y su apoderado. ¡Dudar de don Joselito!... Este absurdo no llegaba a indignarle. Era como si le tocasen a su otro ídolo, a Gallardo, diciéndole que no sabía matar un toro.

Por esto Mina, al oír hablar á sus amigas de un marido rico, sonreía con cierto desprecio. Ella no necesitaba dinero, y podía casarse con quien le placiese. Con no menos indiferencia acogía la imagen del atleta, hábil en todos los deportes, que evocaban otras. A la señorita Craven le bastaba con su propio atletismo.

Maltrana también le había visto irritado, con la cólera del loco pacífico que pierde su tranquilidad. Le saludaban con blasfemias cuidadosamente rebuscadas para provocar su furor. Al principio las acogía cerrando los ojos, bajando la cabeza, como un mártir en las primeras angustias del tormento; pero su paciencia se agotaba al ver que el pecador insulto iba abarcando toda la corte celestial.

Jaime paseó los ojos por el interior de la torre, sonriendo de su miseria. ¡Pero si soy un pobre, Pep ¡Si eres rico comparado conmigo! ¿A qué recordar mi familia, si vivo de tu apoyo?... Si me despidieras, no adonde podría ir. El gesto de incredulidad con que Pep acogía siempre estas afirmaciones humildes volvió a aparecer.

Si Granate no fuese un animal, hubiera comprendido enseguida que la sonrisa con que acogía sus barbarismos y barbaridades era una verdadera mueca sin expresión alguna, y que los monosílabos y respuestas incoherentes que dejaba escapar de sus labios denunciaban bien claramente que no le escuchaba a él, sino a Paco Gómez, Manuel Antonio y los demás que seguían charlando de la niña expósita.

Está elegante como una institutriz de su tierra... Tiene la cara menos verde, y deja un reguero de olor barato: habrá comprado polvos y perfumes en la peluquería del buque... Y todo por usted, grandísimo conquistador... Hasta lleva zapatos nuevos. No le veo los tacones gastados de antes. Y Fernando, en el egoísmo de su deseo, acogía estas burlas con una satisfacción cobarde.

Rosa, aunque avergonzada algunas veces, cuando las caricias subían de punto, y mostrando también cierta vaga inquietud que ella misma no se explicaba, las acogía con agradecimiento, creyéndose simplemente la preferida de su tío, o la que más había simpatizado con él. No observaba la infeliz que no se las prodigaba tan frecuentes y vivas a la vista de los demás como al hallarse solos.

Palabra del Dia

rigoleto

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