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Su suegra, viéndole en camino de hacerse independiente, le acogía con más agrado, pero siempre mostrando reserva, apercibida a romper toda relación en cuanto tuviese la osadía de quedarse sin qué comer. D. Pantaleón comenzó a sentir por él una predilección tan señalada que el muchacho estaba sorprendido.

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Sus faenas no la daban muchas veces para comer, y aquel trabajador sobrio y bueno, que no frecuentaba la taberna y acogía las desgracias silenciosamente, sin cóleras y sin golpear a la hembra, valía más que su marido.

Luego añadió con malignidad: Debo advertirle que tiene usted un rival. ¡Mucho cuidado, Ferragut! Volvió la cabeza para mirar al oscricario. Estaba ocupado en la contemplación da una gruesa señora de pelo gris y abundantes joyas, una viajera escoltada por su marido, que acogía con extrañeza las ojeadas asesinas del vendedor, sin llegar á explicárselas.

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