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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Cerróse con esto la noche de mi tristeza, púsoseme el sol de mi alegría: quedé sin luz en los ojos y sin discurso en el entendimiento. No acertaba a entrar en su casa, ni podía moverme a parte alguna; pero, considerando cuánto importaba mi presencia para lo que suceder pudiese en aquel caso, me animé lo más que pude y entré en su casa.
El señor Tragomer, en cambio, estaba como loco y no acertaba á pronunciar palabra. El Señor Maugirón lloraba á lágrima viva. Todos habían perdido la cabeza menos el señor de Sorege que conservaba toda la suya. Me pidió las llaves y estuvo largo rato registrando los cajones del señorito. Pero el comisario de policía había registrado ya y no había nada que encontrar.
El desgraciado anciano, que fiaba en su sobrina hermosa la dicha de los breves días que le quedaban sobre la tierra, no acertaba a vivir sin ella ni un solo instante. Arrastrado más que no convencido por las furias de Muley, ya se arrepentía de haber dado por su culpa razón a María para creerse arrebatada de España.
Tendía ansiosamente las manos, y Perucho, comprendiendo la orden, acercaba la cabeza cerrando los párpados; entonces la pequeña saciaba su anhelo, tirando a su sabor del pelo ensortijado, metiendo los dedos de punta por boca, orejas y nariz, todo acompañado del mismo gorjeo, y entreverado con chillidos de alegría cuando, por ejemplo, acertaba con el agujero de la oreja.
Pero, ahorcados ya los hábitos, y teniendo que declarar en seguida que Pepita era su novia y que iba a casarse con ella, D. Luis, a pesar de su carácter pacífico, de sus ensueños de humana ternura, y de las creencias religiosas que en su alma quedaban íntegras, y que repugnaban todo medio violento, no acertaba a compaginar con su dignidad el abstenerse de romper la crisma al conde desvergonzado.
Burlado en la idea de hallar el nuncio de mi ventura, caí en otros pensamientos tan extraños, que ni yo mismo acertaba a explicármelos, y aun con mucho esfuerzo podré descifrártelos en parte, pues cosas hay que no es posible manifestarlas como sentirlas.
Morsamor se desalentaba al pensar así, no veía plan ni concierto en todas aquellas bizarrías, ni acertaba a traslucir que pudieran tener fin dichoso. Sólo veía horrores, estragos y muertes, y volvía a arrepentirse de haberse remozado y de haber huido del convento. Imputaba luego aquel arrepentimiento suyo a cansancio y a flaqueza de ánimo.
Amaury la estaba contemplando y no acertaba a reconocerla. Era una hurí, una musa, un hada, que aparecía de pronto ante sus ojos. Consistía esto en que antaño, cuando Antoñita estaba cerca de Magdalena, la miraba raras veces y sin ninguna atención. Por su parte, Antoñita le encontraba muy cambiado, quizá mejorado.
Doña Manolita vino a ver a la enferma, y doña Luz tampoco le confió nada. Conclusión Habían pasado cuatro meses desde que ocurrió el ya referido ataque. En este tiempo habían sucedido cosas singularísimas, que nadie acertaba a explicar en Villafría. Al día siguiente del ataque había llegado D. Jaime, a quien llamaremos el Marqués, pues ya lo era.
Soltó la otra sonora carcajada, y llevándose la mano al pecho, quería arreglar el desorden que la mano inquieta de su compañero de vivienda había causado en aquella parte interesantísima de su persona. Tan torpe salía del sueño alcohólico, que no acertaba a poner cada cosa en su sitio, ni a cubrir las que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubran. «Jai, tú me has arregistrao.
Palabra del Dia
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