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Actualizado: 28 de junio de 2025
Maltrana repelió tales elogios. Se iría cuanto antes: no deseaba más favores. ¡Ojalá pudiese en el mismo día abandonar aquella guarida de buhos!... Y volvió la espalda al señor Vicente con despectiva arrogancia, afirmando que aceptaba como un gran bien el perder de vista al beato y sus amigos. Pero al verse en la calle, toda su altivez se derrumbó de golpe.
En el primer instante, doña Andrea se sintió caer al suelo, y, sin palabras, se quedó mirando a la directora fijamente, como a una enemiga. De pensarlo no más, ya le pareció que le habían sacado el corazón del pecho. Balbuceó las gracias. La directora entendió que aceptaba. Leonor, doña Andrea, está destinada por su hermosura a llamar la atención de una manera extraordinaria.
Doña Luisa aturdía con su pánico al marido. Este pasaba los días en una alarma continua, teniendo que infundir ánimo á su mujer, temblorosa y lloriqueante. «Van á llegar, Marcelo; me lo dice el corazón. Yo no puedo vivir así. La niña... ¡la niña!» Aceptaba ciegamente todas las afirmaciones de su hermana.
Nunca retiraba su mano o su frente a un beso del duque; le reconvenía dulcemente, le escuchaba con complacencia, aceptaba sus caricias como pruebas de generosidad, no aparentaba ningún temor y no parecía sospechar el sentimiento brutal que ella misma fomentaba todos los días. Para tenerle a distancia no empleaba más que una sola arma: la humildad. Era implacablemente respetuosa.
La brigadiera aceptaba, sin embargo, la generosidad de su hijastro sin mostrar pizca de agradecimiento: al contrario, parecía que tomando su dinero o sus regalos le otorgaba un gran favor, le daba una prueba de confianza, y que él era quien estaba obligado por ello a guardarle eterna gratitud.
Era su noche. El discursito cuidadosamente preparado había obtenido un éxito enorme. Las miradas de todas las señoras que podían comprenderle iban hacia él con admiración y gratitud. «¡Qué monada el tal Maltranita!... ¡Qué hombre tan dije!... ¡Qué habilidoso!...» Y él aceptaba con modestia estos elogios formulados por las damas según los términos admirativos de cada país.
Al contrario, detrás de esta salida humorística, vi claramente que aceptaba mis galanteos. «Está bien le repliqué; vengan esas calabazas cuando usted salga del convento, pero déjeme usted antes contribuir a que salga.» En suma, casi diariamente nos escribíamos.
Figuraba en todas las almonedas como comprador de fuerza, y si algún corredor le proponía la adquisición de alhajas antiguas o muebles raros siempre, se entiende, con considerable ventaja , aceptaba sin vacilación, pues no era dinero lo que faltaba en el enorme secrétaire del siglo pasado, que ocupaba todo un paño de su alcoba, mostrando el menudo mosaico de sus tres filas de cajoncitos.
La enferma lo aceptaba todo de su marido sin perdonarle ningún sacrificio. ¿No le había dado ella más de lo que podía darle?
Los subsiguientes días, mientras se entregaban a los preparativos del viaje, recibió con frecuencia la visita del marqués, a quien puso en antecedentes acerca de la persona y familia de aquella que aceptaba por esposa, antecedentes que, como es natural, interesaban vivamente a Pedro, viendo la vizcondesa en la curiosidad de su amigo nueva garantía de su firme resolución, que, por otra parte, afianzaba suficientemente la empeñada palabra de caballero tan cumplido.
Palabra del Dia
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