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Actualizado: 28 de julio de 2025


Pero lo que su madre le decía: «estás aquí, y en la edad de divertirte, y tienes hasta que hacer que te diviertes con lo que aquí se divierten los demás». Y Luz lo aceptaba todo con el mejor de los deseos, y en todas partes aparentaba divertirse mucho, aunque en realidad se divirtiera muy pocas veces.

Bueno; aceptaba su invitación porque le creía un joven formal y honrado. Pero ¡Dios mío! ¡qué diría la gente...! Y comenzó a andar con timidez al lado del joven, que no se sentía menos conmovido. Nunca había estado tan próximo a Tónica.

Este coche es el suyo... Pobre muchacho; no te conoce, pero apenas vio que te levantabas, emprendió la fuga... Una injusticia, porque no has estado mal. Estoy asombrada. Y di, Rafael, ¿de dónde sacas todas esas cosas? Pero Rafael no aceptaba el elogio, mirando con inquietud aquella sonrisa cruel. Además, ¿qué le importaba su discurso?

Yo me encontraba en una situación enteramente excepcional, y sufría todas sus consecuencias. Sin embargo, las aceptaba, y cien veces que hubiera sido necesario hubiera vuelto a casarme con Amparo. ¡Cómo llenaba mi alma! ¡Cómo la enloquecía! ¡Cómo la desesperaba! ¡Cuánto la había divinizado mi amor! Todo en ella para era perfecto. Todo en ella para era ardiente.

Iba á figurar en un duelo como los que había leído en las novelas de su adolescencia; iba á ser protagonista de uno de aquellos dramas elegantes que á él le parecían de otro planeta... Pero el coronel desechó á continuación estas suposiciones, sugeridas por la franca alegría con que Martínez aceptaba su reto, como si le invitase á una fiesta.

Con acento de entusiasmo hablaba Amaury de su desilusión, con vehemencia de sus extinguidas pasiones, diciendo que no quería vivir más para , sino para los demás, pues no aceptaba la existencia ni podía comprenderla sin una total consagración al amor del prójimo. El doctor aprobaba, tácitamente todas estas utopías y movía la cabeza con grave continente al oír tales ensueños.

Sus camaradas le llamaban borrego por la servil paciencia con que aceptaba todas las injusticias y durezas del trabajo, y sin embargo, sonreía como un verdugo al desear las matanzas en masa, las cacerías de hombres, siempre que se verificasen al amparo de la ley, por ejecutores uniformados.

La voz de Toledo al decir esto era tan desolada como fué la del príncipe al enumerar á sus amigos las ventajas de vivir alejados de la mujer. En cambio, Miguel aceptaba ahora la dominación femenil, y casi envidió á este sabio porque volvía á su antigua modestia para encontrar con más frecuencia á Valeria. El era menos dichoso.

Lo veía encerrado para siempre en aquel recinto de dolor y de miseria y aceptaba su espantoso porvenir con ánimo sumiso. Un impulso de agradecimiento se apoderó de su pensamiento; levantó los ojos al cielo, y en aquel imponente silencio de la mar desierta, bajo el firmamento bordado de estrellas, rezó en acción de gracias á la divinidad que le había salvado.

Para lograr este dulce desenlace apelaba a los medios que los galanes han usado siempre en tales casos; los mismos que Ovidio recomendaba en su arte amatoria. Solía llevarle regalitos de poco valor, un abanico, un dedal, peinetas para el cabello, etc. La niña los aceptaba con regocijo y gratitud. Cierto día el experto seductor quiso dar un avance.

Palabra del Dia

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