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Oh, , aquello era mejor; sin perjuicio de continuar en el templo la buena tarea comenzada, para dar a Dios lo que era de Dios, Ana aceptaba aquella amistad piadosa que se ofrecía a oír sus confidencias, a dar consejos, a consolarla en la aridez de alma que la atormentaba a menudo.

La humanidad se acostumbra fácilmente á la desgracia decía Argensola , siempre que la desgracia sea larga... Esa es nuestra fuerza; por eso vivimos. Don Marcelo no aceptaba su resignación. La guerra iba á ser más corta de lo que se imaginaban todos. Su entusiasmo le fijaba un término inmediato: dentro de tres meses, en la primavera próxima. Y si la paz no era en la primavera, sería en el verano.

Todo lo aceptaba con tal de gratificar en alguna medida su vanidad inocente, con tal que se le conociese y se hablase de él. Su obsesión era aventajar la fama de Belarmino, humillarle algún día. Belarmino ganaba cada vez más popularidad.

Germán aceptaba inmediatamente, y estaba dispuesto a convertirse en diligencia si Ana aceptaba el cargo de mula, o viceversa. No era eso. La niña quería ir a tierra de moros de verdad, a matar infieles o a convertirlos, como Germán quisiera. Germán prefería matarlos; y dicho y hecho se metían en la barca, mientras el barquero dormía a la sombra de un cobertizo en la orilla.

El tiempo no era propicio para emprender la travesía de la Cordillera por el desierto de Atacama. Iba á empezar el invierno. Pero Rosalindo movía la cabeza de un modo ambiguo cuando le aconsejaban que desistiese del viaje. Los otros no podían adivinar que su resolución no aceptaba demoras. La «Viuda del farolito» era una bruja implacable, y su aparición significaba un plazo mortal.

Ojeda sólo tendría que ocuparse de los gastos de su persona, y si era necesario, ella ayudaría también a su viejito... a su negro. ¡Nélida! protestó Fernando. Pero no quiso decir más. ¿Para qué?... Ni él aceptaba aquel viaje, ni ella, con la movilidad de sus fugaces impresiones, se acordaría tal vez de esto a la mañana siguiente.

Juanita supo con tanto pulso seguirle el humor, que no se callaba ni lo aceptaba todo desde luego, sino que impugnaba algo sus tesis y discursos para darle ocasión de que hablase más y desplegase su elocuencia, a la cual acababa por ceder, reconociéndose vencida.

Mas pronto se consolaba, que en su edad las penas no abren surco profundo en el corazón, y aceptaba la vida monótona y holgazana del colegio con gusto. Su respetable tío D. Bernardo Rivera venía a visitarle de vez en cuando, y si él no podía hacerlo a causa de sus graves ocupaciones, comisionaba al bueno de Hojeda, para que fuese en su nombre. Miguel prefería estas visitas por representación.

No había entusiasmo ni embriaguez revolucionaria, ni amenazas. La República entraba para cubrir la vacante del Trono, como por disposición testamentaria. No la acompañaron las brutalidades, pero tampoco las victorias. Diríase que había venido de la botica tras la receta del médico. Se le aceptaba como un brebaje de ignorado sabor, del cual no se espera ni salud ni muerte.

Aceptaba aquella amabilidad como moneda de buena ley. A los pocos minutos de conversación ya se creía otra vez dueño del corazón de la hermosa y se mecía en un océano de risueñas ilusiones. Seguía la zambra en el aposento. Mercedes la Cardenala bailaba con Gregorio, su futuro cuñado.