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Actualizado: 3 de julio de 2025
Esta calumnia, inventada por los enemigos de su padre, era lo que más enfurecía á los muchachos. Los dos mayores, abandonando á Pascualet, que se refugiaba lloriqueante detrás de un árbol, agarraban piedras y entablábase una batalla en medio del camino.
Doña Luisa aturdía con su pánico al marido. Este pasaba los días en una alarma continua, teniendo que infundir ánimo á su mujer, temblorosa y lloriqueante. «Van á llegar, Marcelo; me lo dice el corazón. Yo no puedo vivir así. La niña... ¡la niña!» Aceptaba ciegamente todas las afirmaciones de su hermana.
De pronto, por un misterio de asimilación mental, le pareció leer lo que pensaba aquella cabeza lloriqueante que permanecía á sus pies. La madre, impulsada por sus propias desgracias, había evocado las desgracias de los otros. También ella miraba al horizonte. Se imaginó ver más allá de la línea de los enemigos un desfile de dolor igual al de su familia.
Los hombres estaban en un campo lejano que cultivaba Pep. La madre, lloriqueante y con la palabra cortada por la emoción, sólo sabía coger las manos del señor. ¡Don Chaume! ¡Don Chaume!... Debía tener mucho cuidado, salir poco de la torre, estar en guardia contra los enemigos. Y Margalida, silenciosa, con los ojos desmesuradamente abiertos, contemplaba a Febrer, revelando admiración y zozobra.
Palabra del Dia
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