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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Atraído por la fuerza del contraste, Robledo, hombre de trabajo que había sufrido en su existencia grandes estrecheces y amarguras, aceptaba con un fatalismo risueño este final de sus esfuerzos, encontrándolo lógico y de acuerdo con las ironías de la vida. Pensaba, además, en otro contraste que había acompañado á su enriquecimiento.
Veía difícil que el dueño de Can Mallorquí aceptase como yerno a Pere el Ferrer. Nada malo podía decir el viejo de él; aceptaba su fama como una honra para el pueblo. La isla no sólo tenía hombres bravos en «las fieras de San Juan»; también San José podía enorgullecerse de mozos valientes que habían sufrido duras pruebas.
El tirano sentía aguzarse de nuevo su apetito con el fresco del alba, y aceptaba del director o de cualquier compañero en fondos una taza de soconusco con media docena de «bolas». Iban a la chocolatería de la calle de Jacometrezo, sentándose junto a las paredes de azulejos fríos, ante unas vidrieras abiertas de intento para que reventasen de pulmonía todos los golfos que esperaban la mañana en torno de las primeras mesas.
El duque estaba contentísimo desde que había conjurado el peligro: se derretía en caricias, que la Amparo aceptaba sumisa contra su costumbre. Espera un poquito. Hoy quiero que tomes café conmigo. Ya lo he tomado, hija. No importa, lo vas a tomar otra vez. Hace ya muchos días que no lo tomamos juntos. ¡Claro, con ese dichoso baile te van a saltar los sesos!
Con ellas se es alguien: puede una persona no tener una moneda en el bolsillo y entrar donde entran los más ricos, viviendo como ellos... No aceptaba el consejo. Era como si á un guerrero hambriento le propusiesen entregar sus armas en país enemigo á cambio de pan.
Si su destino era ese, lo aceptaba sin pestañear: él había entrado en la vida por la puerta color de rosa, como convidado que acude a espléndida fiesta, a deleitarse con manjares y músicas y placeres sin cuento, y encontró el salón a obscuras, la mesa del banquete desierta, pan y agua por todo manjar, los demás invitados de blusa en vez de frac, y no escuchó más música que la del arado, de la azada y del martillo... ¡ah! no, ¡muchas gracias! él no había venido para eso, ¿por qué le engañaron? ¿a qué le trajeron? si no existía algún medio de hacer como aquellos pocos, que no visten blusa, y se pasean y divierten, se marchaba. ¿Había uno? ¿y no era necesario sudar ni quebrarse la cabeza? no, mucho pulso y buena suerte.
No quería decir cuál resultaba más ardiente, pero la desgracia la impelía á escoger entre los dos, y aceptaba al más doloroso, el de mayores sacrificios. Tú eres hombre y no podrás entenderme nunca... Una mujer me comprendería. Julio, al lanzar una mirada en torno de él, creyó que la tarde había sufrido los efectos de un fenómeno celeste.
Tenía sus dudas sobre el final del combate; el príncipe había disparado apuntando al suelo, y él no aceptaba que le perdonasen la vida. Joven dijo con autoridad don Marcos , usted es novel en estos asuntos. Déjese guiar por los que saben más, y dele la mano al príncipe. Inmediatamente fué en busca de Lubimoff. Lo vió en el mismo sitio. Había arrojado la pistola y se cubría la cara con las manos.
Y derramaba los perfumes preciosos como si fuesen agua sobre la cabeza de Ferragut, sobre sus barbas rizosas, teniendo el marino que cerrar los párpados para no quedar ciego bajo el loco bautismo. Ungido y oloroso como un déspota asiático, el fuerte Ulises se revolvía algunas veces contra este afeminamiento. Otras lo aceptaba, con la delectación de un placer nuevo.
Y algo le engañaba, porque, vengándose a su vez de aquel miserable comercio a que se la condenaba, daba a entender a Mochi que sólo por interés y obediencia aceptaba los galanteos provechosos, y que en el fondo sólo a su maestro quería. Mochi creía algo de esto. «Sí, ella me quiere ya; y me quiere a mí sólo: si no fuera así, se escaparía; con los demás finge por interés y por obedecerme».
Palabra del Dia
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