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Mientras el gefe principal de los indios, valerosamente mandaba y animaba á los suyos, salieron tres negros por una oculta abertura de la tierra, y uno de ellos atravesó por el pecho al supremo capitan llamado Alejandro, del pueblo de San Miguel: no obstante dos de ellos pagaron con la vida su atrevimiento.

Y entornando los párpados con expresión acariciante detrás de los vidrios de sus gafas, el profesor desapareció rampa abajo. Sólo entonces el Hombre-Montaña bajó los ojos para mirarse á mismo, fijándolos en su pecho. Por la abertura entreabierta de su bolsillo superior veía la cabecita de Ra-Ra, encogido en el fondo de este refugio.

No quería mirar a tierra, para no ver la distancia que nos separaba. Además, nos encontrábamos enfrente de la gruta del Izarra, de que tanto hablaba Yurrumendi, y nos daba cierto temor. Al cambiar de sitio no qué hicimos; el tapón de la abertura debió moverse, y empezó a inundarse de nuevo el bote. Recalde se agachó e intentó cerrar la vía de agua, pero no lo consiguió. Yo dejé de remar.

Un segundo estremecimiento más profundo, más persistente, se dejó notar en doña Juana, que exhaló un grito y se puso de pie aterrada. No podía ser el libro lo que había causado este nuevo terror. En efecto, había sido distinta la causa. La duquesa había visto abrirse una de las paredes de la cámara, y salir por la abertura una sombra negra. Su sobresalto, pues, era muy natural.

Este estaba rodeado por una espesa cerca, y al fondo había un banco cubierto de yedras y madreselvas. Se veía en verdad una abertura en la cerca, pero quedaba cerca de la casa, y alguien que estuviera bajo aquel techo de follaje no podría ser visto desde afuera.

Entró en el jardín por una abertura de la cerca, se aproximó a una pequeña ventana, golpeó en ella misteriosamente y dijo con la voz pegada a los vidrios: ¡Catalina! ¡Catalina! Abrióse la puerta. ¿Sois vos, Marta? dijo la mujer del guardabosque, sorprendida ¡Dios mío! ¡y todavía es de noche! ¿Qué es lo que os pasa? Apresuraos, venid pronto; tengo que hablaros en seguida balbuceó el aya.

Trepé con agilidad por los escalones, rompí un cristal con una piedra, que llevaba en la mano, y quitando luego los pedazos de vidrios que quedaban aún en el marco, pasé por la abertura aquella la parte superior de mi cuerpo y me dejé resbalar hacia adentro. Caí de cabeza sobre el piso, me hice un enorme chichón en la frente y al otro día me trajo el cura un ungüento para disolverlo.

Y así fué dando cuenta de todos hasta llegar al noveno. Allí percibieron ruido de voces y vieron iluminada la abertura. Aquí es donde vamos a almorzar. Antes visitaremos el onceno para ver los trabajos. Después de pasar el décimo, gritó con toda su fuerza: ¿Están echados los taquetes? Se oyó una voz lejana en el fondo que decía: No. ¡Echarlos ahora mismo! gritó el director agitado.

Sólo unas cuantas personas con paraguas y algunas otras que, no teniéndolo, se amparaban de su filosofía permanecían a pie firme en medio del arroyo. Los balcones de la casa de Elorza se hallaban entreabiertos, y por la abertura salía una viva y regocijada claridad que tornaba aún más triste la noche oscura y húmeda del exterior.

Contempló el bulto con una sonrisa, luego subió a la reja, ató un cabo de la cuerda a los dos barrotes y el otro extremo lo echó fuera poco a poco. Cuando toda la cuerda quedó a lo largo de la pared, pasó el cuerpo con mil trabajos por la abertura, que dejaba el barrote arrancado, y comenzó a descolgarse resbalándose por el muro. Cruzó por delante de una ventana iluminada.