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Gillespie, cansado de permanecer derecho, con la cachiporra en una mano, junto á la puerta de la Galería, había vuelto á ocupar su asiento ante la mesa, pero sin perder de vista la abertura de entrada. Al ver á Flimnap echó mano instintivamente al tronco enorme que le servía de bastón. ¡Soy yo, gentleman! gritó el profesor con voz temblona.

Todo esto, contemplado por entre la abertura de un bosque y al borde de un precipicio, donde el caballo se detiene estremecido, prepara el alma dignamente para las poderosas sensaciones que le esperan. Empezamos el descenso por sendas imposibles y en medio de la vigorosa vegetación de la tierra fría, pues respiramos una atmósfera de 13 grados centigrados.

Peñascos amontonados en la boca de la gruta estaban dispuestos á rodar, saltando de punta en punta, hasta el torrente. A cada lado de la entrada, la roca, absolutamente recta y lisa, no hubiera dejado pasar ni á una serpiente: encima, el acantilado que la dominaba, protegía la abertura como pórtico gigantesco, y, además, medio la cerraba un gran muro.

Un viejo jardinero que andaba en vela y que tenía ojos de lince, vio con asombro que se abría el seno de la tierra y que surgía gente armada por la abertura. Al pronto acudió a dar aviso al capitán de una parte de la guarnición que se abrigaba en ancha sala de armas del piso bajo del alcázar. En seguida los muslimes se apercibieron a resistir y a acometer a los intrusos.

Un vago terror les imposibilitaba de hablar y les crispaba las manos con que se agarraban a las argollas. El primer piso dijo el director al pasar por delante de una abertura negra. Nadie hizo observación alguna. Aquella suspensión en el abismo, en lo desconocido, paralizaba su lengua y hasta su pensamiento. El segundo piso volvió a decir el director al cruzar rápidamente otro agujero negro.

Una de las muchas flechas dirigidas contra el Hombre-Montaña, al clavarse en el paño de la chaqueta, la había alcanzado con su punta. Ra-Ra trepó inmediatamente á la abertura para advertir al gigante; pero éste, en vez de escucharle, lo golpeó con uno de sus dedos, haciéndole caer de nuevo sobre el cuerpo de la joven herida.

Se acercó con cautela, y vió en el fondo de la abertura diez o doce bolas oscuras, del tamaño de un huevo. Esto es miel se dijo el contador público con íntima gula. Deben de ser bolitas de cera, llenas de miel... Pero entre él, Benincasa, y las bolsitas, estaban las abejas. Después de un momento de desencanto, pensó en el fuego: levantaría una buena humareda.

Se debe examinar si los manantiales de agua dulce, que dicen estar distantes 4 ó 5 leguas, están en parage de no poderse conducir al puerto, esto es, si tiene declivio el terreno: porque con cualquiera pequeña abertura se podrá conseguir; y no pudiendo vencerse, si el terreno próximo á dichos manantiales es capaz para cultivo, mudando la poblacion á él, y dejando en el puerto un fuerte para respeto del establecimiento.

Federico trató de calmarla; pero viendo que no lo escuchaba, pasó por la abertura y desapareció tras de la cerca. ¿Qué hay? ¿Qué ha sucedido? exclamaron a un mismo tiempo la viuda y la campesina, que habían acudido al jardín . ¿Quién ha hablado de la condesa en voz tan alta y amenazadora?

La condesa sacó una mano por la abertura de las maderas, y Quevedo la besó suspirando. Adiós dijo, y se alejó. La reja se cerró silenciosamente. Poco después Quevedo llamaba á la puerta del aposento de doña Clara. Aquella puerta se abrió al momento. Encontró á doña Clara sobreexcitada, encendida, inquieta, con la mirada vaga, con todas las señales de una inquietud cruel.