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Actualizado: 12 de julio de 2025


El Hombre-Montaña se fijó en varias mujeres que estaban en lo alto de dicha puerta para verle pasar, y en un hombre, el único, envuelto en púdicos velos. Gentleman, soy yo dijo á gritos, agitando sus blancas envolturas. El gigante extendió la mano sobre las torres, y tomando entra dos dedos á Ra-Ra, lo puso delicadamente en la abertura del bolsillo alto de su chaqueta.

El señor Molina era la única de aquellas personas cuya conversación no le causaba fastidio, por más que siempre tocara los mismos asuntos, con su invariable tono tranquilo, pausado, de viejo patricio, el pulgar de una mano metido en la abertura del chaleco y la otra apoyada de través en la rodilla. Nunca dejaba de hacerla reír cuando repetía anécdotas de personajes históricos.

La depositó sin hacer ruido sobre la arena de la alameda, dio un paso apoyando el índice sobre sus labios y fue a aspirar el vaho de la habitación por la abertura que había hecho. Su pecho se henchía con una ávida voluptuosidad. Era la primera vez que respiraba en diez días. Alargó la mano hacia la habitación, palpó el interior, encontró la falleba y la cogió.

Haciéndole penetrar en una estancia contigua a la cuadra del baño, levantó el extremo de un tapiz colgado del muro y una anchurosa abertura mostró el cuadro resplandeciente y profundo de la dehesa y las montañas. Dicha abertura había sido cavada en el mismo escarpamiento. Desde abajo, era imposible descubrirla; dos grandes peñascos la ocultaban. Sin embargo, el acceso no era difícil.

El revólver del señorito quedó asomando a la abertura del bolsillo, sin que la mano tuviese fuerzas para tirar de él. Vaciló Dupont sobre sus pies, sonó un ronquido de bestia degollada; un estertor que aceleró los borbotones del chorro negro que salía de su cuello, como un caño roto.

Encontrándose allí con Medrano, dijo a éste y al paje que le dejasen solo. La luna debía asomar hacia el naciente, pues la muralla comenzaba a contornear por ese lado sus triangulares almenas. Más de una hora pasó Ramiro sin apartar los ojos de la casa de Beatriz. Parecíale por momentos que el postigo de la puerta se entreabría y se cerraba. De pronto, un cuerpo de mujer asomó por la abertura.

Y luego, ya despiertas, hablan y sacan por la abertura del brial sendas faltriqueras de pana. De estos bolsillos, una de las viejas extrae una enorme y luciente llave, y la otra, otra llave disforme y un peine amarillento. Luego, vueltos llave y peine a los senos profundos de las bolsas, las dos viejas charlan de sus tráfagos y negocios.

Allí se cierra y sólo por una estrecha abertura se comunica con Sobrescobio y Caso. La juventud de las cuatro últimas rivalizaba desde tiempo inmemorial en gentileza y en ánimo. De un lado Entralgo y Villoria: del otro, Lorío y Condado.

Las paredes, las bóvedas y el suelo constituían la realidad del más fantástico de los sueños de Las mil y una noches. La abertura de la cueva daba entrada á luz bastante para que apreciáramos todos los detalles.

Desde hacía mucho tiempo el montón se había vuelto demasiado grande para caber en la olla de hierro, y había fabricado, para guardar las monedas, dos gruesas bolsas de cuero, que no perdían sitio en su lugar de reposo, porque lo dúctil de la envoltura las hacía adaptarse a todos los rincones. ¡Qué brillantes eran las guineas cuando corrían la abertura negra del cuero!

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