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Actualizado: 21 de mayo de 2025
El bufón se detuvo fatigado. Dorotea temblaba. Oye... oye aún... continuó el bufón . Durante los primeros años de tu vida, te amé como á mí propio... más que como á mí propio... yo lo empleaba todo en ti... el oro que había robado... mi soldada... tú eras una pequeña dama... estabas mejor vestida, tenías más juguetes y más ricos que las hijas de gente noble y poderosa que se criaban en el convento... yo enloquecía por ti... porque tú eras para mí más que mi amor: eras el recuerdo de un horrible crimen... yo veía sobre tu pura y hermosa frente de ángel una mancha roja...
Voy a escudriñar en el abismo más hondo de mi mente; voy a buscar allí y a hacerte patentes mis más ocultos pensamientos; las ideas vagas y confusas de que yo misma no me he dado cuenta hasta ahora. Dí, Beatriz. Digo que nunca amé de amor sino a mi marido; que no creo haberle faltado una sola vez, ni con el más fugaz pensamiento, ni con el más efímero deseo mal nacido.
Tú, lo reconozco, me pagabas con usura; pero ahora vas a tener marido; pronto, quizá, tendrás hijos, y toda tu alma será para ellos. Esta pobre huérfana, sola en el mundo, quedará abandonada y sin un alma que la comprenda y que la ame.
Yo... te amaba como dices, con el deseo antes de hoy: te amé de ese modo desde el punto en que te vi... Pero desde hoy, Dorotea, te amo con un amor que no puede confundirse con nada, porque tu amor me ha obligado á amarte; tú me has procurado la libertad, y con la libertad la vida, no sé á precio de qué sacrificio; has podido satisfacer tus celos, vengarlos, diciendo á mi mujer: «tú, su esposa; tú, la dama hermosísima, noble, rica, favorita de la reina, no has podido salvarle; y yo, la cómica, yo, su querida, le he salvado»; y tú no has hecho eso, Dorotea; tú has sufrido tu despecho, tu desesperación, y has hecho llegar por las manos del rey á mi mujer la orden que me ponía en libertad; tú sabías que yo libre había de partir de Madrid y, sin embargo, la libertad me has dado; ¿cómo quieres que no te ame, á no ser que creas que soy un miserable?
Cada cual se explicará á su modo la rebelion de la hija demandando al padre ante la ley, para que no la ame como hija, sino para que la pague como criada; pero á mí me subleva semejante atentado contra las leyes del respeto, del amor, de la sangre. Mis sienes laten convulsivamente cuando creo ver á una mujer que se acerca a la sociedad, que anda preguntando el nombre del juez, que le pide auxilio, que le implora ... ¿con qué fin? Con el fin de que allí comparezca como reo el hombre desgraciado que la dió la existencia.
Bien dice nuestro inmortal novelista: «Y sobre todo, el cielo te guarde de que nadie te tenga lástima.» »Yo estallaría, me ahogaría si no comunicase con alguien mis penas. Por eso te las confío. Beatriz no advierte nada. ¿Cómo, de qué, por cuál motivo quejarme con ella y de ella? »Yo la amo con toda mi alma, y necesito para ser feliz que ella me ame y me respete.
Luego que doña Luz dejaba esto como sentado y evidente, se preguntaba también: «¿Y yo qué he hecho para inspirar esta pasión? ¿Qué culpa adquiero de que él me ame? ¿Hasta qué punto he dado y sigo dando pábulo a su afecto?». La contestación que doña Luz se daba era contradictoria y confusa. Ora se condenaba; ora se absolvía.
Quiero tenerlo para que aprenda a ensalzarte como Te gusta ser ensalzado, que es sometiendo la maldad a la justicia, acercando la compasión al dolor; y quiero también ser padre, porque no es bueno que se seque el árbol sin dejar retoño. Mi esposa me ama tanto como yo a ella, pero nuestro lecho es estéril. ¡Señor! Dame un hijo para que te ame con dos vidas y te sirva con dos voluntades.»
Pero cuando me quedé sola se me ocurrió que tal vez podría haber en usted más que caridad: acaso me ame, pensé: si me ama... yo le pertenezco, yo soy suya, yo debo amarle. ¿Y tu amor?
Cuando te vi por primera vez, y comprendí lo que era tu vida, la poca esperanza de tu porvenir y la bondad de tu corazón, me dió tanta lástima, que ... no sé ... casi te amé desde aquel momento como ahora. Para mí fué entonces el amor tan poco egoísta, que no entraba para nada mi persona en las cavilaciones que día y noche ocupaban mi imaginación.
Palabra del Dia
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