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Ledesma salió asombrado, comprendiendo la razón de la malísima cara que tenía el duque. Poco después, en vista de las minutas que se estaban extendiendo, se daba por segura en las secretarías de Estado la caída del ministro universal duque de Lerma. Lerma entre tanto, encerrado de nuevo, buscaba en vano el resorte del secreter que cubría el pasadizo por donde había desaparecido el bufón.

Cuando me quedé sola, retirada en mi dormitorio, leí aquel memorial; en él don Rodrigo manifestaba de la manera más clara, y con la indignación más profunda, el estado en que se encontraban el rey y España, dominado el uno por el favorito, mancillada, desangrada, robada por el favorito la otra; el golpe que pensaba darse á los moriscos, las descabelladas empresas contra Inglaterra, el descuido con que se veía venir á la Liga contra España sin conjurarla; los cohechos, el robo, la malversación de las rentas reales, la depreciación de la moneda, la corrupción de la justicia, los más altos oficios del reino en la familia de Lerma; su tío, inquisidor general; su hijo, gentil hombre del príncipe... sus hechuras puestas como espías alrededor del trono; cerrado al vasallo el camino hasta el rey, todo dominado, todo usado en provecho propio, convertido el clero por su interés al interés del favorito; alejados de España los buenos españoles; todo vendido, todo profanado, todo enlodado; cuantas miserias, en fin, cuantas infamias, cuantas traiciones puedan suponerse de un hombre; y todo esto robustecido con pruebas, aunque yo no las necesitaba porque harto bien conozco por misma á Lerma; todas estas pruebas expuestas con claridad, con nobleza, con desinterés, con lealtad, como conviene á un buen vasallo; don Rodrigo logró interesarme con su memorial, no sólo porque creí ver en él al hombre de honor interesado por su rey y por su patria, sino porque en él también vi al profundo hombre de Estado. ¿Pero á qué cansarme inútilmente? dijo la reina levantándose, yendo á un secreter, tomando de él un papel y dándosele á doña Clara : he aquí el memorial de don Rodrigo.

Dueño de estos recuerdos íntimos, he pensado muchas veces en si debía esconderlos en el cajón más profundo de mi secreter o entresacar de ellos un pequeño extracto acompañado de algunas observaciones para la familia, al objeto de que los restos del alma de semejante madre, no se evaporen por completo sin haber sido, cuando menos, leídos de sus nietezuelos.

Desde que mi dicha depende de una doble viudez, me he prometido siempre partir un millón entre las almas caritativas que me librasen de mis enemigos. En un cajón de mi secreter había quinientos mil francos para ese mandarín que ya no existe. »Tumba de los secretos, quemará usted mi carta, ¿no es verdad? Queme también los periódicos que hablan de este asunto.

Al inscribir en su lugar correspondiente los papeles que encerraba el secreter de monseñor, encontré un billete cuidadosamente doblado, el cual contenía esta firma: Judit, bailarina de la Opera. ¡Correspondencia entre una bailarina y un obispo!

Se trata, en esta que he traído de muestra, del casamiento de la infanta doña Ana, de ciertos tratos vergonzosos entre Bukingam y , de condiciones recíprocas, de infamias... ¿quieres que te la lea, don Francisco de Sandoval y Rojas? No, no; pero eso es imposible dijo el duque abalanzándose al secreter de la derecha y abriéndole.

La tierra se compra por nada en Turquía. Es igual. Lo que la señora pide vale cincuenta mil francos. ¿Cincuenta mil francos? ¡Espero que la señora no querrá regatear! Sea. Trato hecho. ¿Y dinero contante? Contante. ¿Lo tiene usted? Porque si usted no me pagase esa suma, no iría a reclamársela a París. Tengo cien mil francos en mi secreter. Pido cinco minutos para reflexionar. Reflexiona.

El bufón se levantó, llegó al secreter de la derecha, oprimió un resorte y el secreter giró dejando descubierta una obscura entrada. Adiós, duque, adiós dijo el bufón desapareciendo por ella , y no te atrevas á desobedecerme. El secreter volvió á girar. El duque quedó aterrado. Parecíale, ó mejor dicho, quería que le pareciese aquello un sueño.