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Entonces pasó una cosa singular: cuando la sastra se acercaba á la puerta, Batilo, el perro misántropo, que en aquella mansión había olvidado los hábitos propios de su raza, corrió tras ella, se agitó convulsivamente como quien hace un gran esfuerzo, y ladró, ladró como un mastín ante un salteador; persiguió á la mujer dando agudos aullidos, y hasta llegó á pillarle entre sus inofensivos dientes el traje y el mantón.

continuó la sastra y un joven militar se metió una tarde por esa puerta de que hablo; se metió aquí... Yo me malicié, cuando le vi, que habla aquí alguna jovencita. Pero señora dijo Paz, poniéndose en pie ¿está usted segura de lo que dice? ¡Un hombre ha entrado aquí ... aquí, en esta casa! , señora: yo lo he observado. Se coló por el cuarto de unas vecinas ... amigas mías. Yo lo he visto.

Llegó la hora convenida, fue la sastra a su casa, entró en el cuartito de Cristeta y comenzó ésta a desnudarse, dejando por fin caer sobre la estera de cordelillo las ropas y prendas dichosas que llevaba más inmediatas al cuerpo.

Pues han de saber ustedes dijo con misterio doña Rosalía, que esta casa... Pues ... les diré á ustedes: yo vivo en la casa de al lado en el cuarto piso, y soy sastra, con perdón de ustedes, y coso toda la ropa de casa del señor Nuncio del Papa, y la del Patriarca de las Indias; coso á todo el arzobispado de Toledo, y á veces coso á la capilla de Palacio.

Había entre los cajistas de la imprenta uno casado dos años antes con una muchacha llamada Engracia, sastra, muy guapa, modosa, de dulce condición y digna de mejor trato que el que le daba su marido.

Si yo fuera el marido dijo don Cleofás , más los tuviera por gatos que por músicos. Agora te parecerán galgos dijo el Cojuelo , porque otro competidor de la sastra, con una gavilla de seis o siete, vienen sacando las espadas, y los Orfeos de la maesa, reparando la primera invasión con las guitarras, hacen una fuga de cuatro o cinco calles.

Debe notarse, la verdad ante todo, que desde que empezó el noviazgo de Antoñito con la hija de la sastra, se fue corrigiendo de sus mañas rapaces, hasta que se le vio completamente curado de ellas.

A la pregunta de cajón sobre el nombre, linaje y condiciones de la novia, replicó el silbante que la conceptuaba muy rica, y tan buena que no había más que pedir. Pronto se supo que era hija de una sastra, que pespuntaba con primor, y que no tenía más dote que su dedal. «Bien, niño, bien le dijo una tarde Doña Paca . Me he lucido con mis hijos.

Este enemigo era otra sastra, que vivía pared por medio, y que, por la natural divergencia de opiniones entre los que se dedican á una misma industria, les había declarado guerra á muerte.

Entonces tuvo miedo del ridículo, pensó que aquello no era más que una contrariedad inherente a su profesión, y cuando al concluir el ensayo general le preguntó la sastra que a qué hora podría ir a probarla el traje, la citó sin oponer resistencia para la misma tarde, sumisa e indiferente como si se tratase de un asunto zanjado.