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Se cuenta que cuando algún campesino que presume de muy rumboso quiere obsequiar a su novia o a la muchacha a quien va acompañando, se dirige al confitero y le pide yemas o batatas. ¿Cuántas quiere usted? dice el confitero poniendo en uno de los platillos del peso la pesa de cuarterón. Eche usted jierro responde el galán. El confitero pone la pesa de media libra.

Entonces, ¿qué diablos le trae a usted por aquí? ¡Ya está usted buena maula! ¿No yo que se gastaba usted con ella los ojos de la cara? ¡Y que no es usted poco rumboso, decían allí! ¡Bah! Una cosa es gastar y otra querer.

Pues mira, aunque mis sudorcillos me había costado, por bien perdido le doy. ¡Eso es ser rumboso!... ¿Y no tienes que pedirme algún otro favor por el estilo? Mujer respondió Bermúdez después de dudar unos instantes y rascándose un poco la cabeza con un dedo , tanto como favor, no diré; pero otro ratito de plática amistosa, nada más que amistosa, del corte de la presente, puede que .

pasarás por donde la difunta Correa, ¿no es eso, hermano?... Pues bien; cuando llegues á su sepultura, le dejas bajo la piedra estos treinta pesos. Ella me dió ocho y unos centavos, pero hay que ser rumboso con los que nos favorecen, y además la pobre tal vez está necesitada de misas.

Así había vivido y así necesitaba seguir. El era el torero a la antigua, tal como se representan las gentes al matador de toros, rumboso, arrogante, aturdiéndose en escandalosos derroches, pronto a socorrer a los desgraciados con limosnas principescas, siempre que éstos consiguieran conmover su rudo sentimentalismo.

En un hotel-restaurador nos encontramos con cuatro periodistas y un jóven del mundo que habia comenzado su carrera en la diplomacia: galante, gastador, rumboso y «cansado de la vida» á los veintidós años apénas.... Era curioso ver la franca cordialidad que reinaba entre tantos escritores allí reunidos. La mas completa armonía reinó entre nosotros.

Bien poco trabajo le costó a Leto mostrarse cortés y hasta rumboso en aquel particular; porque precisamente el balandro, sus condiciones marineras, sus hechos y valentías, y las altas prendas del generoso amigo que se le había regalado, eran los temas de conversación que más le agradaban; los únicos acaso con que se dejaba ir, hablando, hablando, al sosegado curso de sus ideas, sin la menor protesta de aquel diablillo psicológico que se lo echaba todo a perder cuando sus elogios o sus juicios recaían en cosa nacida de su cacumen, o, aunque propia, no tuviera consagrados los méritos por otro juicio de indiscutible autoridad. ¡La maldita desconfianza!

Las mujeres, vestidas ligeramente, con sólo una falda de percal, mostrando los brazos desnudos por debajo del pañuelo cruzado sobre el pecho, se encargaban de las cestas de provisiones, admirándolas con alabanzas para el rumboso señorito. El capataz elogiaba la calidad de los fiambres y de las aceitunas, que servían para excitar la sed.

De vez en cuando se desprendían algunos para ir a entretener la espera en la taberna más cercana. Cuando volvió a salir la comitiva, los pobres se abalanzaron, riñendo y manoteando bajo los puñados de monedas. Para todos había. El maestro Gallardo era rumboso. La señora Angustias lloraba, con la cabeza apoyada en el hombro de una amiga.

Para hacerles a las hijas un vestido echan cuentas seis mes s, y a la chica que llaman a coserlo la hacen ir tempranísimo para sacarle bien el jugo. Un día de convite parece que echan la casa por la ventana; pero todo se recoge, y no va a la cocina ni tanto así. Y están achinados de dinero. Amparo oía atónita. Nada más ajeno a su carácter rumboso, imprevisor, que la estrechez voluntaria.