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Actualizado: 22 de octubre de 2025


Lo único que le consolaba era que hubiese quien se lo diera por comido, juzgándole como amante rumboso, pagano y favorecido. ¿Conque les serví de tapadera? decía sonriendo . ¡Tiene gracia! ¡Y yo me contentaba con mirarla... vaya, vaya! De lo segundo no te digo nada.

Y por las trazas, debe tener buen diente y un estómago como las galerías del Depósito de aguas... ¡Ay, Dios mío!, ¡qué egoístas son estos curas...! Lo que yo debía hacer era ponerle la cuentecita, y entonces... ¡ah!, entonces que no se volvía a descolgar con invitados, porque es Alejandro en puño y no le gusta ser rumboso sino con dinero ajeno».

Pero su fama era bastante más vieja que todos sus convecinos entre quienes el buen criterio no pudo nunca aclimatarse, y el tío Merlín era siempre listo y celebre..., y por eso en el concejo se buscaba su opinión al tratarse de aceptaré ó no la oferta del rumboso madrileño.

Estaba en el caso del niño que, deseando un juguete, ambiciona el primero que ve, y luego se satisface, contenta y entretiene con cualquiera otro que le dan. La táctica de Carolina estribó en hacerle creer que le consideraba como hombre conquistador, enamoradizo, mujeriego y rumboso; y comenzó a mirarle del modo más dulce y hechicero que supo, diciéndole: ¡Ya, ya, ni que fuéramos tontas!

Era, pues, necesario, para ganarse simpatías y prosélitos, hacer por los electores un poquito más que el más rumboso de los candidatos; y como don Simón era rico, y en ciertas ocasiones no se paraba en barras, autorizó a sus agentes para que hiciesen saber en el distrito que él daba a sus votantes lo mismo que el candidato de oposición, más dos docenas de castañas, y, en caso de apuro, un cigarro de dos cuartos.

Por contera, se hizo rumboso, y no para su casa. No podía regalar a su Circe piedras preciosas ni brocados; pero en la medida de sus posibles, le compraba los diamantes americanos por libras, y las telas de lanilla por kilómetros.

Hubo quien, puesto ya el caso en el terreno de las indagaciones, aseguró haber oído algo muy parecido a lo que el lector y yo sabemos de la historia de nuestro personaje; pero como los nombres de uno y de otro no coincidían exactamente, y había quien aseguraba muy formal que el recién llegado era un rico negociante de Madrid que había trasladado su residencia, calló la murmuración y tomósele de buena gana, a pesar de ciertos resabios de mal género que de vez en cuando le asomaban, y sobre todo a su mujer, por un señor de importancia, muy rumboso además y muy atento.... Y esto que era la verdad pura.

La sirvienta pensaba con razón, que el señor podía haber notado su ausencia, que la niñita podía haber llorado, que Blanca podía haber regresado del club; pero el negro, rumboso al fin, como todos los de su clase, quería concluir la noche con una cena en un café de la vecindad y porfiaba por retener a su mascarita.

Como yo he dejado ya el luto las cosas ¡ay! no tienen remedio es la fiesta que más me hubiera gustado. ¡Qué diferencia con Sáenz Peña! ¡Ah, Roque...! exclama Petrona. ¡Tan culto, tan ilustrado, tan espiritual, tan rumboso! dice la de Esquilón. Dió a la presidencia cierta majestad amable, un tono que nunca tuvo, una distinción suprema, entre aristocracia de corte y aristocracia de estancia.

Era rumboso y en el calor de la amistad improvisada en la taberna, abría créditos exorbitantes a los taberneros, sus consumidores. Esto originó reyertas trágicas; hubo sillas por el aire, cuchillos que acababan por clavarse en una mesa de pino, amenazas sordas y reconciliaciones expresivas por parte del artillero; secas, frías, nada sinceras por parte de su mujer.

Palabra del Dia

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