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Los escritores distinguen casi siempre entre el hombre privado y el hombre público; esto es muy bueno en la mayor parte de los casos, porque de otra suerte la polémica periodística, ya demasiado agria y descompuesta, se convirtiera bien pronto en un lodazal donde se revolvieran inmundicias intolerables; pero esto no quita que la vida privada de un hombre no sirva muy bien para conjeturar sobre su conducta en los destinos públicos.

La marquesa de Villasis triunfaba en toda línea, y las ciento veinte mujeres honradas que reunió aquella noche en su casa y siguió reuniendo todos los viernes vinieron a probar a los pesimistas lo que había dicho ella misma a la marquesa de Butrón en época no lejana: Madrid no es un lodazal...

Con frecuencia, su larga y única calle quedábase asombrada por la importación de las modas de San Francisco, traídas expresamente para estas primeras familias; esto hacía que la ultrajada naturaleza, en el miserable lodazal de su surcada superficie, pareciese más fea aún, humillando de este modo a la mayoría de la población para la que el domingo trajo solamente la necesidad de limpieza, con una muda de ropa y sin el lujo del adorno.

Los amigos que le quedaban a don Fermín reconocían que no se podía luchar, por aquellos días a lo menos, contra aquella afirmación injusta, pero tan generalizada. El entierro dejó atrás la calle principal de la Colonia, que estaba convertida en un lodazal de un kilómetro de largo, y empezó a subir la cuesta que terminaba en el cementerio.

El pobre Ángel tenía la cabeza hecha un laberinto de fuego y de visiones diabólicas; pero entre todo y sobre todo lo que se revolvía y abrasaba, alzábase flotante y como la esperanza de un celestial consuelo, la imagen de Luz; de Luz, que no estaba, que no podía estar manchada con el fango de aquel lodazal en que había nacido. ¿Qué justicia, qué ley autorizaría la infamia de castigar en un ángel las culpas de una mujer pecadora!

Llorad, llorad, poetas orientales, Al que cantó las penas del Esclavo, Al que en la Cruz, con versos celestiales Cantó, pendiente del sangriento clavo; Que como Job sobre la piedra dura Inflamado de espíritu inmortal, Brillaba su alma transparente y pura Tendido sobre inmundo lodazal.

Mi alma se arroja fuera de este lodazal y busca los aires puros; huye de las infectas madrigueras de la civilización, abiertas en fango pestilente y se baña en los rayos de oro que cruzan los espacios.

No, no es un lodazal; porque y yo y otras muchas somos Madrid y, gracias a Dios, no somos lodazales... Di más bien que en Madrid hay un lodazal, que puede perfectamente evitarse andando con la ropa un poquito recogida... Pero, sin duda, es el maldito lodazal de agua de colonia, y como huele bien, a pocos veo que les repugne zambullirse dentro. Pero mi casa no está en ese lodazal, María.

Tienes razón... ¿Pero qué se le va a hacer, si Madrid es un lodazal?

A veces se remontaba tanto, que parecía confundirse con las nubes y perderse en los inmensos océanos del espacio; á veces descendía tanto, que casi casi tocaba á la tierra, y en su lenguaje ignoto decía al viento: «Bájame un poco, amigo, que me mareo en estas alturas,» ó «levántame por favor, amiguito, que voy á caer en ese lodazal