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Mire usted mis brazos, mi cuello... ¡Tuve necesidad de defenderme! Sorege respondió con una flema horrible en semejante situación: Estoy convencido. Pero esta mujer ha muerto y usted está perdida. Yo me arrojé á él: ¡Oh! No me abandone usted! ¿Qué voy á hacer sin ayuda? ¡Sálveme! Me eché á llorar mientras él me miraba con tranquilidad. ¿Yo abandonar á usted? ¿Cómo puede creerlo?

Que a una le pega el marido una paliza; aquí al vuelo a llorar la lástima. Que me echo yo un refajo nuevo; aquí en seguida a saber lo que me costó, y en qué tienda de la villa le compré.... Que el medio cuarterón de aceite, que los dos cuartos de hilo, que la moneda roñosa, que la fía.... Vamos, Simón, que esto es un laberiento que acaba conmigo. ¿Y nada más? díjola Simón con mucha flema.

En los asientos del centro, entre varias fiambreras, cajas y piezas de una pequeña tienda de campaña desarmada, iban Kate, la doncella inglesa de la condesa de Albornoz; Fritz, su lacayo prusiano, y Tom Sickles, su famoso cochero, que sin perder su flema inglesa miraba de cuando en cuando con inquietud las evoluciones no del todo diestras que imprimía al fogoso tiro la débil manecita de su ilustre dueña.

La carcajada fue general, pues la flema del señor Kisseler en tal aventura resultó irremisiblemente cómica. Fueron necesarias las instancias de sus amigos, que temían perder el tren, para decidirlo a levantarse del polvo donde estaba sentado y que le cubría la ropa. No fue floja tarea la de sacudírsela para ponerlo presentable. Máximo a su Hermano. 14 de septiembre.

El conde le manifestó sin rodeos que mientras no diera el dinero no había de devolverle su cabalgadura, para que no fuese tan flaco de memoria; y al escuchar que el señor canónigo exponía, como razón suprema, que le era imposible atravesar á aquellas horas de la siesta las calles de Sevilla á pie y sin criados, dijo con mucha flema el conde Asistente: «No se le nada á vuesa merced ir con la siesta por amor de , que yo, por cierto que soy tan regalado como el que más, y ando á pie con sol y con agua, de noche y de día, y no es mucho que pase este poco de sol hasta su casa por amor á

La serenidad del cacique le sacó de tino. ¡Me pasmo, caramelos! ¡Me pasmo de verle con esa flema! ¿O no sabe lo que pasa? Yo no me apuro por cosas que están previstas. En materia de elecciones no se me coge a de susto. ¿Usted se esperaba lo que ocurre? Como si lo viera. Aquí está el abad de Naya, que puede responder de que se lo profeticé. No atestiguo con muertos.

Si el señor marqués de Ulloa supiese que tenía en casa al traidor, con atarlo al pie de la cama y cruzarlo a latigazos.... ¡Su propio mayordomo! No cómo pudo usted estarse así con esa flema.

A lo que, con gran flema y disimulación, respondió Sancho: -Si son requesones, démelos vuesa merced, que yo me los comeré... Pero cómalos el diablo, que debió de ser el que ahí los puso. ¿Yo había de tener atrevimiento de ensuciar el yelmo de vuesa merced? ¡Hallado le habéis el atrevido!

Era de ver también la flema con que Montifiori presenciaba el enlace de su hija; y por último pasmaba la apatía con que Blanca se entregaba a un marido que carecía, como era natural, de todos los encantos que un hombre puede ofrecer a una mujer joven y bella.

Estos monosílabos guturales los emitía con todo el grueso de su gruesísima voz, y con tal acento de sarcasmo infame y de grosería, que habrían sacado de quicio a personas de menos paciencia y flema que Sor Natividad y sus compañeras.