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se la has puesto tres días seguidos... y te pegó... pero ha sido porque no tenías dinero para comprar longaniza ó carne, ¿no es eso?... Dices que se te había concluído el dinero antes del fin de la quincena, porque te habías comprado unos zapatos... Pero los compraste porque tu marido se enfadó un día que saliste con él y los llevabas rotos... etc.» ¡Oh, cuán profundamente examinaba los datos y con qué suave elocuencia emitía luego su fallo inapelable!

El catedrático suplía dulcemente la autoridad del marido viajero: él se había encargado de representar al jefe de la familia en todos los asuntos exteriores... Muchas veces le esperaba con impaciencia la esposa de Ferragut para pedirle un consejo urgente, y él emitía su opinión con voz lenta, después de largas reflexiones.

Había entrado poco después que el padre un joven gordo, muy gordo, rubio, con patillitas que le llegaban poco más abajo de la oreja, mucha carne en los ojos y fresco y sonrosado color en las mejillas. La ropa le estallaba. Su voz era levemente ronca y la emitía con fatiga. Al entrar nublóse la descolorida faz de Ramoncito Maldonado.

De vez en cuando también él emitía tímidamente su opinión, y ella en no pocas ocasiones la aceptaba como muy sesuda, y si no la aceptaba, por lo menos se reía, que era mucho mejor. Todas estas cosas expresadas con voz suave, insinuante, entre las sombras de la noche, se convertían en un arrullo poético, delicioso, que enajenaba los sentidos de nuestro joven. Sus pies no querían tocar el suelo.

Su sombrero se ladeaba; los bucles de su cabellera intentaban escapar, erizados y estremecidos por las corrientes de humana electricidad que serpenteaban entre sus raíces. Parecía tener diez años más. Pero una segunda voz interior emitía otra opinión. «, muy fea... ¡pero tan interesanteSeguramente que al levantarse de la mesa volvería á ser la Alicia de siempre.

Me paré un momento, y contemplé el blanco edificio, casi sin ventanas, quemado por el calor y los rayos solares de trescientos veranos, levantándose como un baluarte como en un tiempo lo fue contra el fondo de los purpúreos Apeninos. Escuché el sonido de la vieja campana que emitía sus llamamientos con la misma nota antigua, con la misma voz vieja de los siglos pasados.

Estos monosílabos guturales los emitía con todo el grueso de su gruesísima voz, y con tal acento de sarcasmo infame y de grosería, que habrían sacado de quicio a personas de menos paciencia y flema que Sor Natividad y sus compañeras.

A quién se encargarían los juegos de sábanas de batista, a quién los ordinarios, quién haría las camisas, dónde se comprarían los manteles, etc., etc. Todo fué tratado, medido y ponderado. Doña Paula emitía su opinión. Cecilia aparentaba contradecirla, pero en el fondo ¿qué le importaba?

La primera vez que nombraba al Conde Luis d'Arda lo hacía al hablar de poesía y de arte, y ese nombre volvía después con más frecuencia, siempre con motivo de libros y cosas literarias. Íntimo amigo de su padre, compañero de su juventud, el Conde era una de las rarísimas personas que frecuentaban la casa Abizzoni. La jovencita emitía a su respecto juicios muy favorables.

Ya había dicho en el primer momento cuál era su pretensión: que no la molestase más el apoderado del príncipe por aquella deuda olvidada. La pagaré algún día, si puedo... Lo más seguro es que no la pague nunca. Dala por perdida, y dile á ese señor antipático que no me escriba más. Miguel, seducido por la sencillez con que esta mujer emitía su enorme deseo, imitó el tono de su voz.