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Le aseguro, en mi condición de capuchino, que mi vida tranquila y meditativa es mucho más preferible que la del hombre de mundo que, como usted, se ve obligado a llevar la existencia febricitante de la época moderna, en que se aprecia como meritorio al afortunado sin conciencia ni escrúpulos y se consideran el más grande pecado las desgracias de la vida de uno cuando llegan a descubrirse.

Adquirido, con el sincero reconocimiento de cuanto hay de luminoso y grande en el genio de la poderosa nación, el derecho de completar respecto a él la fórmula de la justicia, una cuestión llena de interés pide expresarse. ¿Realiza aquella sociedad, o tiende a realizar, por lo menos, la idea de la conducta racional que cumple a las legítimas exigencias del espíritu, a la dignidad intelectual y moral de nuestra civilización? ¿Es en ella donde hemos de señalar la más aproximada imagen de nuestra «ciudad perfecta»? Esta febricitante inquietud que parece centuplicar en su seno el movimiento y la intensidad de la vida, ¿tiene un objeto capaz de merecerla y un estímulo bastante para justificarla?

La atraje hacia , le prodigué mil palabras cariñosas, y traté de alejar con mis caricias el temor, la inquietud de su espíritu. Ella bebía con amor cada una de mis palabras; su rostro febricitante estaba pendiente de mis labios y de vez en cuando un débil suspiro se escapaba de su pecho. ¡Oh! ¿Por qué no has estado siempre a mi lado? exclamó, acariciándome las manos.

Corrió con precipitación febricitante hacia el cuarto del intendente, se dejó caer sobre la puerta, apoyó contra ella el hombro, se arqueó sobre las piernas, contrajo los músculos para vencer el obstáculo de la cerradura. La puerta había sido sin duda mal cerrada, porque se abrió al primer empuje. Un grito ronco salió de la garganta de la viuda semienloquecida.

La pasión del juego estaba sólo adormecida en el alma del capitán, y no es extraño que a la vista de los dados se despertase con mayor fuerza. Jugó, y con tan aviesa fortuna, que perdió en esa noche veinte mil pesos. Desde esa hora, el esposo modelo cambió por completo su manera de ser, y volvió a la febricitante existencia del jugador.

Este vaivén febricitante dura poco, que ni los empresarios pueden descuidar sus negocios, ni los representantes diligentes desaprovechan la ocasión de robustecer sus compañías con la adquisición de los buenos artistas que hallan desocupados.

En su imaginación febricitante pululaban sus recuerdos, casi todos de lágrimas y amargura. Rememoraba envidias, pobrezas, calumnias, prisiones... Pero, ¿cómo? ¿qué no había tenido él ninguna dicha en la vida?... ¡Ah, !

Ella sería su esposa, y que su hogar fuera encantador, más encantador que el del squire en sus mejores días, y le sería fácil, cuando ella estuviera siempre junto a él, hacer a un lado aquellas estúpidas costumbres que no eran placeres, sino sólo una manera febricitante de engañar la ociocidad.

Aquella gran cerrazón plomiza, aquella barca chorreando agua, aquel pobre febricitante arrebujado en un viejo capote de caucho que relucía bajo la lluvia como una piel de foca: jamás he presenciado nada más lúgubre. El frío, el viento y el vaivén de las olas no tardaron en agravar en su enfermedad al pobre aduanero. Lo acometió el delirio y fue necesario atracar.

¡Y cuántas otras más terribles que esa, van a sucederle! ¡Qué fantasmas, engendrados por las tinieblas, nacidos en la angustia, van a aparecer, a favor de esas noches, en mi espíritu febricitante! Me sentí tiritar y me retiré a un rincón: tenía miedo de misma. Pasaron las horas de la mañana y poco a poco me fui calmando.