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-Una no más quiero que me escuches, ¡oh valeroso don Quijote! -dijo entonces Altisidora-; y es que te pido perdón del latrocinio de las ligas, porque, en Dios y en mi ánima que las tengo puestas, y he caído en el descuido del que yendo sobre el asno, le buscaba. ¿No lo dije yo? -dijo Sancho-. ¡Bonico soy yo para encubrir hurtos!

CIPIÓN. De buena gana te escucho, por obligarte a que me escuches cuando te cuente, si el cielo fuere servido, los sucesos de mi vida. BERGANZA. Al cabo de veinte días los #gitanos# me quisieron llevar a Murcia.

No, no; escucha dijo el bufón ; es necesario que escuches: es necesario que conozcas el infierno que arde en mi alma... es necesario que lo conozcas para que comprendas que, á pesar de lo que acontece, de lo que te desespera, de lo que te hace creerte la más desventurada de las criaturas, tu infierno, comparado con el mío, es la gloria; tu amargura, comparada con la mía, es miel; tu desgracia, comparada con la mía, es una ventura envidiable.

La bondad de usted para conmigo no puede ni debe disminuir el respeto y la veneración con que yo miro a usted, madre mía respondió Ricardo . No ya para aconsejarme, para mandarme tiene usted autoridad, y debe tener valor. Yo obedeceré a usted si está en mi mano obedecerla. No pretendo que me obedezcas, sino que me escuches y que te dejes persuadir por mis razones.

Si es posible que lleguen a tus oídos las plegarias y rogaciones deste tu venturoso amante, por tu inaudita belleza te ruego las escuches, que no son otras que rogarte no me niegues tu favor y amparo, ahora que tanto le he menester.

Y, antes que a esto me respondas palabra, quiero que otras algunas me escuches; que después responderás lo que más te agradare. Lo primero, quiero, Lotario, que me digas si conoces a Anselmo, mi marido, y en qué opinión le tienes; y lo segundo, quiero saber también si me conoces a .

Pero no me escuches... ¿Qué importa lo que yo digo? ¿Qué puedo decirte? Mi vida se resume en la palabra desgracia. ¡Háblame! Tengo sed de oirte!... Los instantes que hemos de estar juntos son preciosos, Jacobo mío. He entrado aquí con nombre falso. Me creen inglés. Tengo un navío anclado en el puerto. Marenval, pronto y decidido á todo, me espera. ¡Marenval! ¿De dónde viene ese celo imprevisto?

Por lo demás, debes convenir en que has obrado con ligereza, y que sin querer me has colocado en una situación ridícula... Pero dejemos esto: tengo que hablarte de cosas serias, de las cuales tal vez dependa tu felicidad y la mía. Necesito que me escuches con atención. No qué profundidad habrán alcanzado las raíces de tu amor, porque esto jamás lo llega á averiguar un amante.