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CIPIÓN. De buena gana te escucho, por obligarte a que me escuches cuando te cuente, si el cielo fuere servido, los sucesos de mi vida. BERGANZA. Al cabo de veinte días los #gitanos# me quisieron llevar a Murcia.

Para darte leyes y obligarte á cumplirlas existe un hombre sagrado, ungido por Dios. No: yo y mis hermanos le ungimos. Es Rey porque nosotros queremos. Es sagrado para si cumple el pacto solemne que ha hecho con todos y cada uno. Si no, no. Pero lo cumplirá, lo ha jurado. Hay juramentos contestó sobriamente Coletilla, cuyo cumplimiento es un crimen. Lázaro sintió frío en el corazón.

Por graves que hayan sido las faltas de la señorita Guichard hacia , no me considero como absolutamente desligado de los compromisos que con ella contraje. He prometido no obligarte jamás á separarte de ella; te dejo, pues, en libertad. Si quieres quedarte, nos quedamos. Si partimos, es preciso que sea por que hayas dicho: "¡Quiero partir!" ¡Oh! Mauricio, ¿qué exiges de mi?

Pues, ¡caray! a todo echar, de una futesa... de una muchachada, eso es... Que el señor don Alejandro se entera de ella... se entera de ella, corriente... que se incomoda un poquito... eso es, y te echa a ti, Leto, un rifirrafe, y otro rifirrafe a su hija... Pues pongámoslo en lo más... y que haya rifirrafe: para igualmente, ¡caray!... y hasta para usted también, don Claudio... eso es, , señor, un rifirrafe para cada uno... ¿Y qué?... Por más vueltas que le demos, siempre saldrá en limpio, en limpio, eso es, lo que antes dije: una muchachada... que servirá de gobierno para en adelante, y que se acabarán esos recreos peligrosos para ella... ¡muy bien acabados, caray! ¡Ojalá tuviera yo influjo bastante para obligarte a ti a lo mismo!

Y como doña Catalina ama mucho á Quevedo, con toda su alma ardiente, á la que tan mal dueño has dado en tu sobrino el conde de Lemos, naturalmente, para no perder sus amores, te ha obligado, Lerma, porque tu hija puede obligarte, á que prendas á Quevedo. El duque se movió violentamente en el sillón.

No me queda más recurso que el de obligarte a salir inmediatamente de la abadía. Pero no saldrás desvalido y sin prendas de mi afecto hacia ti. La abadía es rica, el abad también lo es, y en nada mejor puede emplear su dinero. Toma esta bolsa llena de oro; Hugo, el capitán de los arqueros, tiene orden mía para entregarte enjaezado el mejor de los corceles que hay en nuestras caballerizas.

¿Te vas ya? la dije. , señor; no quiero pasar mucho tiempo fuera de casa. Pero ¿volverás? Acaso no. ¿Y por qué? ¡Oh! ¡me ha hecho usted sufrir! adiós. Espera. No quiero obligarte a que vuelvas; pero por si no nos volvemos a ver, acepta esta memoria mía. Y tomé de sobre la repisa de la chimenea el estuche que contenía la cruz que había comprado para ella el día anterior, y se lo di.

Otro día hablarás , y pata... Volviendo al caso, digo que de todo esto que ya es tuyo desde ahora, han salido muchos de los que estas gentes creen milagros míos; porque otras tantas veces he tenido que hacerme de rogar un poco, con la excusa del no poder; pues de blandearme a las primeras dejándoles descubrir el manantial, ¡pobre de él y pobre de , hijo del alma! porque, en finiquito, estos hombres, aunque buenos en lo principal, son rudos y de los que se rigen más por la boca que por el entendimiento... Tampoco te digo esto de la fuente para obligarte con ello a cosa alguna, sino porque es la verdad, y no sobra el que la conozcas... como conozco yo que cada uno tiene su modo de matar pulgas, y que tendrás el tuyo particular, por consiguiente, y sabrás hacer de tu capa un sayo, o dos, o los que se te antojen... o ninguno, si mejor te parece.

A cada objeción y a cada pregunta capciosa que te hacía, para encerrarte, tu respuesta tranquila era un mazazo. Al último se puso furioso, con gran contento del profesor de Derecho Romano, que tenía contra él una rivalidad antigua en el Consejo Académico. Y quiso obligarte a reconocer ciertos principios que él afirmaba incontrovertibles.