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Pues anda, vístete, y sal a pasear. Hubo que obedecerla. No venía muy provisto el baúl; no había en él mucho con que engalanarme; pero en dos por tres, con ayuda de tía Pepa y de Angelina, saqué la ropa, y pronto me presenté delante de la enferma hecho un veinticuatro. ¡Eso es, así, como persona decente! dijo: Tía Pepa Y Angelina me seguían.

El ciego seducido se apresta á obedecerla, pero la Razón se echa á sus pies para impedirle que toque á la fruta prohibida; el hombre, entonces, llama á su socorro á la Voluntad, y, desoyendo los avisos de los elementos, lanza á la Razón en un precipicio.

El joven se inclinó con respetuoso dolor: Aunque mi sinceridad aflija á usted, miss Maud, voy á obedecerla hablando francamente. Estoy conmovido hasta lo más profundo de mi ser por su generosa y caritativa afección. Usted ha sido impulsada, cosa digna de una mujer, por la obra de dulzura y de piedad que desea realizar cerca de un desgraciado.

Yo obedezco la ley que es tal ley, la que han hecho los que pueden hacerla, elegidos por y mis hermanos, elegidos por todos. A ti no te toca examinar la ley, sino obedecerla. ¿Y si me mandan una infamia? No te la mandarán. ¿Y si me la mandan? Te digo que no te la mandarán.

Aquel ganadero que había desplegado tanta energía para fundar su fortuna y crear sus ranchos; aquel hombre que poseía cientos de miles de bueyes pastando en las fértiles praderas indianas, no había podido nunca luchar contra la voluntad de miss Maud y como hombre práctico ante todo, había tomado el partido de obedecerla, lo que evitaba las discusiones y simplificaba las relaciones de familia.

Narró al cura su deseo de casarme, mi poco entusiasmo por obedecerla, mi manía de profundizarlo todo y el estudio que yo estaba haciendo de las solteronas; en una palabra, todo salió a relucir. El cura, repantigado en su butaca, escuchó con atención las quejas de la abuela.

Fernando, acosado por sus ruegos, prometió obedecerla. ¿Qué deseaba?... Una cosa insignificante, que expuso ella con sencillez. No quería ir a América: marchaba hacia Buenos Aires como un animal que va al degolladero. Aún estaban a tiempo los dos para ser dichosos.

La estimación supersticiosa, profesada á los preceptos aristotélicos y á los de Boileau, delirio verdadero que ha influído en la literatura de todos los pueblos, con grave daño suyo, apartándola de la senda de su desenvolvimiento natural, ha sido extirpada hasta en los pueblos más obstinados en obedecerla; la traducción francesa de la dramaturgia de Schlegel, publicada poco después del original, demostró á muchos, hasta en la patria del clasicismo moderno, la importancia de las antiguas preocupaciones, y preparó el camino á los románticos, cuyo triunfo fué completo en breve.

Un día anunció que iba a pasar seis u ocho en sus posesiones de Onís: Amalia le hizo signo negativo con la cabeza, y desistió de su viaje. ¿Por qué? ¿Con qué derecho contrariaba sus determinaciones, se introducía en su vida y la gobernaba? No lo sabía, pero experimentaba sensación gratísima al obedecerla.

Intentó volver sobre sus pasos al sitio donde había estado; pero las piernas se negaron á obedecerla. Veía á aquel hombre tendido y manando sangre: sus cabellos se erizaban de terror. Siguió avanzando. Y otra vez cayó y otra vez se alzó: tropezaba con las paredes, con los puntales de sostén. Caminaba con las manos extendidas siguiendo el trayecto de la galería.