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El, cada vez más atrevido, tomó otras banderillas y las clavó, desoyendo las protestas de la gente, que temía por su vida. Luego repitió la suerte por tercera vez, siempre con torpeza, pero con tal arrojo, que lo que en otro hubiese provocado silbidos fue acogido con grandes explosiones admirativas. ¡Qué hombre! ¡Cómo ayudaba la suerte a aquel atrevido!...

Sudorosos, contentos ¡«gauchos» ya! regresaron a las casas, en las que entraron casi a media rienda, desoyendo las indicaciones de Melchor, pues querían mostrar a «todo el mundo» que eran capaces de jinetear como el mejor.

Las vacas tamberas se aproximaban solas a sus palenques desoyendo los reclamos temblorosos de sus crías embozaladas y mientras todo despertaba a la tarea diurna en aquel breve trecho, cruzaba el espacio una bandada de patos laguneros, rumbo a la luz, dejando caer desde lo alto gritos que parecían decir como el del cuervo de Poé: «¡ja... más!... ¡ja... más!...»

Recordaba la maldición de Jesús á los ricos, su promesa de que les sería más difícil entrar en los cielos «que un camello por el agujero de una aguja». Y, sin embargo, todos los humanos, desoyendo á Jesús, reclamaban el peligro de ser ricos: todos se exponían sin miedo alguno á las llamas del infierno, por acaparar los bienes de la tierra.

Se había escapado de Matanzuela, riñendo con la vieja que quería impedirle el paso, desoyendo los consejos del aperador, que le recordaba que a sus años no estaba para aventuras. Intentaba reconocer a la gente con sus débiles ojos, extrañándose de la inmovilidad de los grupos, de la incertidumbre, de la falta de plan.

El padre representa el trabajo, la madre el cuidado, la diligencia y la caridad; la jóven el amor, y el niño, la inocencia. ¡Oh vida venturosa! ¡Oh secretos divinos de la sencillez y de la virtud! ¡Infeliz del hombre que ha sido ingrato á tus hechizos! ¡Infeliz del hombre que deja las delicias del paterno hogar, desoyendo el llanto sagrado de una madre! ¡Ay de , lector! ¡Infeliz del que escribe temblando estas groseras líneas!

Otro en su lugar se las hubiera liado con el seductor, pero él, que disculpaba la escapatoria por razones que se sabía, creía que demasiado duramente la había condenado, desoyendo los ruegos de Gregoria, que en varias cartas le había pedido fuera a verla. Limitóse, pues, a dar la referencia de la desgracia. Ella, muerta de pena y de vergüenza, preguntó entre sollozos: ¿Me recibirá si voy, Pablo?

Después de almorzar, Gillespie se asomó á la entrada de la Galería para ver este trabajo extraordinario. Pero desoyendo las instancias del profesor, no quiso salir completamente del edificio. Parecía que presintiese un peligro.

Pero quiero suponer que desoyendo la experiencia y la razon, se empeña alguno en sostener que la sensacion de los dos círculos será la misma: voy á hacer palpable la extrañeza y hasta la ridiculez de esta opinion.

Desoyendo sus consejos y sus órdenes, mujeres y chiquillos empezaron á pasar por debajo de la panza de su caballo ó á deslizarse por sus flancos... Y detrás de estos primeros asaltantes, los hombres fueron invadiendo la entrada de la casa, excusándose con un gesto y un leve saludo al pasar ante el ingeniero.