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Decíale mil disparates referentes a aquello de la liberación, de la hermosura de la muerte y de lo buena que es la matanza de la bestia carcelera. «A cada bestia le llega su San Martín» repetía, con otras frases que habrían sido humorísticas, si las circunstancias no las hicieran lúgubres. Ella durmió muy poco.

Por eso conviene que la liberación sea con el menor dolor posible, porque la misma alma, con toda su fortaleza, se amilana, siente lástima de la bestia carcelera e intercede por ella. fíjate bien, y si el arma blanca no te gusta, me lo dices con franqueza. ¿Prefieres el arma de fuego?

Yo no era cazador, ni había manejado otras armas que las de adorno en los salones de tiro; ni entendía jota de ganados, ni de labranzas, ni de arbolados, ni de hortalizas, ni pintaba ni hacía coplas; y por lo tocante a la señora Naturaleza, la de los montes altivos y los valles melancólicos y los umbríos bosques y las nieblas diáfanas, y las sinfonías del «favonio blando» entre el pelado ramaje, y los rugidos del huracán en las esquivas revueltas de los hondos callejones, vista de cerca, mejor que madre, me parecía madrastra, carcelera cruel, por el miedo y escalofrío que me daban su faz adusta, el encierro en que me tenía y los entretenimientos con que me brindaba... Y a todo esto había que añadir que el invierno con sus fríos, con sus nieblas, con sus aguaceros y con sus nevascas, estaba ya cerniéndose encima de los picachos del contorno y de la casona de mi tío... Y aunque, por misericordia de Dios, no pasara yo allí más que él, ¡sería tan largo, tan largo!... ¡Cuántos libros devorados sin sacarles pizca de sustancia! ¡cuántos chamuscones en la cocina! ¡cuánta indigestión de bazofia! ¡cuántos paseos en corto! ¡cuántas rendijas del suelo contadas maquinalmente con los ojos! ¡cuántas rúbricas echadas con el dedo en los empañados cristalejos de mi cuarto!... ¡Virgen de la Soledad, qué perspectiva!

Es el sacramento, es la suprema alianza con la divinidad... Bueno; pues las personas que por medio de la anulación social, y cultivando la vida interior, llegan a purificarse, comprenden por su propio sentido cuándo llega el momento de tomar el portante. La liberación no debiera llamarse suicidio. La expresión mejor es esta: matar a la bestia carcelera.

Rara vez sacaba de su cabeza aquel viejo y maldecido tema de la liberación voluntaria y de la muerte de la bestia carcelera; pero una noche que estaban solos en el café, lo sacó, como se trae del desván un trasto viejo y se le limpia el polvo, a ver si lo ha deteriorado el tiempo o lo han roído los ratones.

Si me prendes serás mi carcelera, porque no te fiarás de nadie; y si eres mi carcelera, teniéndote al lado tengo contigo un cielo. ¡Que no se muriera el conde de Lemos! Me estáis destrozando el corazón. Ya sabía yo que la tormenta acabaría en lluvia dijo para Quevedo . ¿Lloras, alma mía? ¡Lloro mi desdicha, mi desesperación! ¡Me pesa de haber nacido! ¡Catalina de mi alma!