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Envió á Alí Portu con 15 galeras por guardia del Archipiélago. En viniéndole la orden, se partió para Constantinopla, donde entramos á los 27 de septiembre. Entró la Real delante, con todas las galeras de fanal en su hilera, con muchas banderas y estandartes arbolados, arrastrando los nuestros como solían. Tras éstas venían todas las galeras de la presa.

Toda vez que un objeto nuevo hiere nuestros sentidos, esperimentamos al punto una satisfaccion, un contento inesplicables: así los naturales de Moxos se extasian contemplando los pedregales, como un habitante de las montañas se anima á la vista de los hermosos arbolados, como un Cruceño siente un gozo desconocido en presencia de las rocas.

Sobre una de sus orillas, pobladas de arbolados, hay un puesto brasilero: para dirigirse á él, es menester luchar contra la corriente de los rios Iténes é Itonama; que chocándose con fuerza forman una barrera movible, de un aspecto imponente.

Habiendo cambiado de lugar por diferentes veces, ha sido definitivamente establecida, despues de la espulsion de los Jesuitas, entre los rios Tico é Ivari, distante como diez leguas de la reunion de este último rio con el brazo del Mamoré, y en el seno de una hermosa llanura guarnecida en parte de arbolados, pero demasiado húmeda en estío.

Siguiendo adelante recibe tambien por el mismo lado, cerca de San-Ramon, el randal del rio Chananoca, y ensanchándose tanto como el rio Blanco, lleva su curso por en medio de coposos y altos arbolados. En todo tiempo seria navegable este rio, hasta mas arriba de San-Ramon, para embarcaciones de vapor; pero en la estacion lluviosa, solamente hasta San-Pedro. Camino de San-Pedro á Santa-Ana.

En la segunda jornada de navegacion se descubre sobre la ribera derecha una pequeña colina de piedra arenisca de una edad geológica antigua; pasada esta colina, continúa la llanura poblada siempre de arbolados.

Yo no era cazador, ni había manejado otras armas que las de adorno en los salones de tiro; ni entendía jota de ganados, ni de labranzas, ni de arbolados, ni de hortalizas, ni pintaba ni hacía coplas; y por lo tocante a la señora Naturaleza, la de los montes altivos y los valles melancólicos y los umbríos bosques y las nieblas diáfanas, y las sinfonías del «favonio blando» entre el pelado ramaje, y los rugidos del huracán en las esquivas revueltas de los hondos callejones, vista de cerca, mejor que madre, me parecía madrastra, carcelera cruel, por el miedo y escalofrío que me daban su faz adusta, el encierro en que me tenía y los entretenimientos con que me brindaba... Y a todo esto había que añadir que el invierno con sus fríos, con sus nieblas, con sus aguaceros y con sus nevascas, estaba ya cerniéndose encima de los picachos del contorno y de la casona de mi tío... Y aunque, por misericordia de Dios, no pasara yo allí más que él, ¡sería tan largo, tan largo!... ¡Cuántos libros devorados sin sacarles pizca de sustancia! ¡cuántos chamuscones en la cocina! ¡cuánta indigestión de bazofia! ¡cuántos paseos en corto! ¡cuántas rendijas del suelo contadas maquinalmente con los ojos! ¡cuántas rúbricas echadas con el dedo en los empañados cristalejos de mi cuarto!... ¡Virgen de la Soledad, qué perspectiva!