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En las naciones extranjeras abundan los escritores desapasionados y juiciosos, de quienes no podemos quejarnos; pero no escasean tampoco los escritores violentos, ciegos de furor, fanáticos con el fanatismo que hoy se estila, y tan acérrimos enemigos de España, que no hay crimen, maldad é infamia que no atribuyan á nuestra nación, infiriendo de ahí que la postración y decadencia en que hoy estamos es un justo castigo de Dios, y, si no cree en Dios el que de esta suerte quiere requebrarnos, una ineludible consecuencia de las leyes fatales, impuestas no se sabe por quién, que dirigen y ordenan la marcha de la humanidad á través de los siglos.

Y si es que la imitación es lo principal que ha de tener la comedia, ¿cómo es posible que satisfaga a ningún mediano entendimiento que, fingiendo una acción que pasa en tiempo del rey Pepino y Carlomagno, el mismo que en ella hace la persona principal le atribuyan que fue el emperador Heraclio, que entró con la Cruz en Jerusalén, y el que ganó la Casa Santa, como Godofre de Bullón, habiendo infinitos años de lo uno a lo otro; y fundándose la comedia sobre cosa fingida, atribuirle verdades de historia, y mezclarle pedazos de otras sucedidas a diferentes personas y tiempos, y esto, no con trazas verisímiles, sino con patentes errores de todo punto inexcusables?

Este hecho "ha dado pie, juntamente con otros indicios, para que algunos atribuyan a Lope de Vega este grandioso drama". Menéndez y Pelayo, l. c., XXXIX. Pero la atribución de El condenado a Tirso puede sostenerse. Véase Menéndez Pidal y María Goyri, Teatro antiguo español, I, 149. Véase la nota 26. La frase debe entenderse: "estoy muy lejos de darlos, ya que yo mismo tengo necesidad de ellos."

En el año 1604 se imprimió un primer volúmen de las comedias de Lope por especulación de comerciantes en libros, con arreglo á los manuscritos existentes, siendo recibido del público con grande aceptación, como lo prueban las repetidas ediciones hechas de ellas en Valladolid, Zaragoza, Valencia, Madrid y Antuerpia; pronto le siguió una segunda parte, y á ésta una tercera, que lleva asimismo el título de Comedias de Lope de Vega, y contiene nueve piezas dramáticas, de las cuales sólo tres pertenecen á nuestro poeta, aunque D. Nicolás Antonio y La Huerta atribuyan sin escrúpulo á Lope las nueve restantes.

Así lo dicen Casas, Hernando Colón y Herrera, historiadores exactos y fidedignos; y por lo mismo es muy singular que haya cundido tanto la opinión de que el primero que observó las declinaciones del imán fuese Sebastián Caboto, que no salió á descubrir hasta el año 1497 con permiso del rey de Inglaterra Enrique VII, suponiendo que publicó esta novedad el año 1549; y que otros le atribuyan á un tal Criñon, piloto de Dieppe, hacia el año 1534.

Si lo han de tratar de la forma que lo hace el autor de La llaga social, más vale que lo sea y no le atribuyan cosas que está muy lejos de ser, y con las cuales se forman conceptos y apreciaciones completamente erróneas.

Los demás cargos que hace á la nueva literatura, no son en general infundados cuando ataca las obras deplorables de los poetastros; pero son injustos, como el anterior, cuando á todos los extiende, y confunde y baraja lo bueno con lo malo. «¿Y qué mayor disparate, dice, que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo retórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona?... Y si es que la imitación es lo principal que ha de tener la comedia, ¿cómo es posible que satisfaga á ningún mediano entendimiento que, fingiendo una acción que pasa en tiempo del rey Pepino y Carlomagno, al mismo que en ella hace la persona principal le atribuyan que fué el emperador Heraclio, que entró con la cruz en Jerusalén, y el que ganó la Casa Santa como Godofre de Bullón, habiendo infinitos años de lo uno á lo otro; y, fundándose la comedia sobre cosa fingida, atribuirle verdades de historia y mezclarle pedazos de otras sucedidas á diferentes personas y tiempos, y esto no con trazas verosímiles, sino con patentes errores de todo punto inexcusables?

Y tan de veras... Porque siendo ella más rica que yo, no faltarán malas lenguas que atribuyan al interés mi vuelta a su lado... ¡Oh, no, no, Jacobito, porr Dios! ¡Porr Dios, Jacobito!... ¡Quien piense eso..., no te conoce! En fin, ya lo veremos... Lo que importa ahora es que yo me entienda con el padre Cifuentes. Pues si te parrrece, mañana irrremos. Sin falta.

En algunas ediciones antiguas aparece la célebre comedia, titulada El diablo predicador, como obra de Belmonte, aunque otras lo atribuyan á Antonio Coello, y algunas se limiten á llamar á su autor un ingenio de esta corte . Por lo que hace á su estilo, se asemeja, sin duda, al de las demás obras de Belmonte, y si es suya, en efecto, es seguramente la mejor.