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Cuando el doctor hubo hecho su examen en silencio, se apartó de la abertura. Pasa tu brazo por allí, Adalberto dijo, y procura alcanzar la cerradura. Ella la ha cerrado por dentro. Pero la señora Hellinger, apretándose contra la puerta, suplicó a grandes gritos a «su querido tesoro» que se despertara y abriera ella misma. Al fin, se consiguió apartarla y abrir la puerta.

Y por una puerta de atrás, a lo largo del corredor obscuro y de la escalera que crujía, los dos se deslizaron como dos ladrones que se hubieran introducido en la casa aprovechándose de la ceremonia. Consiguieron abrir la puerta más fácilmente de lo que esperaban; la cerradura, ya floja, cedió como si se abriera sola.

Avanzaba pesadamente, con fatigoso cabeceo, como movido por las olas de un mar irritado. La multitud lanzó un rugido. La música rompió a tocar. ¡Vítol el pare San Bernat! Pero la música y las aclamaciones quedaron ahogadas por un estrépito horripilante, como si la isla se abriera en mil pedazos, arrastrando la ciudad al centro de la tierra. La plaza se llenó de relámpagos.

Mas no se pasó mucho tiempo sin que se abriera la puerta de par en par, y entrara por ella un carcelero con una bujía encendida, anunciándome que pronto llegaría el juez y el escribano. Aparecieron al fin estos dos varones, y fue extraordinaria mi sorpresa al encontrarme enfrente de dos señores que jugaban todas las tardes al billar conmigo en el café Suizo.

Corrales se nombra en dos pasajes de la relación, y, aunque no lo diga, parece ser autor de una carta anónima que inserta, como dirigida á D. Álvaro de Sande, y no tiene mayor categoría que la de soldado particular. Si no fué su escrito, otro parecido movió á D. Álvaro á dirigirse al Rey en memorial de agravio, narrando por los sucesos y suplicando se abriera información de ellos.

Varios niños que jugaban una tarde cerca de la referida cabaña, vieron á una mujer alta, con traje de color obscuro, acercarse á la puerta; ésta no se había abierto ni una sola vez en muchos años; pero sea que la mujer la abriera, ó que la puerta cediese á la presión de su mano, por hallarse la madera y el hierro en estado de descomposición, ó sea que se deslizara como un fantasma al través de cualquier obstáculo, lo cierto es que aquella mujer entró en la desierta y abandonada cabaña.

Rafael contempló largo rato los edificios, temiendo que en su oscura masa se iluminase una rendija, se abriera una ventana y asomase el capataz alarmado por la carrera de los mastines. Transcurrieron algunos minutos sin que en Marchamalo se notase el menor movimiento.

Lo de siempre en tales casos; ¡jugar el todo por el todo! Pedirla de rodillas sobre el lodo, que abriera; y si se negaba, saltar la verja, aunque era poco menos que imposible; pero, , la saltaría. ¡Si volviera a salir la luna! No, no saldría; la nube era inmensa y muy espesa; tardaría media hora la claridad». Llegó a la verja; él vio a la Regenta primero que ella a él.

Oyólo un escudero, y enarboló el mocho de un arcabuz, con el cual, sin duda, le abriera la cabeza a Sancho, si Roque Guinart no le diera voces que se detuviese. Pasmóse Sancho, y propuso de no descoser los labios en tanto que entre aquella gente estuviese.

La señora del coche, admirada y temerosa de lo que veía, hizo al cochero que se desviase de allí algún poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual dio el vizcaíno una gran cuchillada a don Quijote encima de un hombro, por encima de la rodela, que, a dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura.