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Así, por ejemplo, yo daría cualquier cosa por estar dotado del inapreciable don de condensar en el espacio de ocho ó diez cuartillas todas mis impresiones, las buenas lo mismo que las malas, y referir las mil y una peripecias que me han ocurrido, desde el último abrazo que me dió Hernández Guzmán en el andén de Villanueva, hasta el último timbrazo inútil que acabo de dar para que me traigan una pluma algo más digna de su nombre que este horrible mocho de escoba que me facilitaron en la carpeta del hotel en que me hospedo.

Oyólo un escudero, y enarboló el mocho de un arcabuz, con el cual, sin duda, le abriera la cabeza a Sancho, si Roque Guinart no le diera voces que se detuviese. Pasmóse Sancho, y propuso de no descoser los labios en tanto que entre aquella gente estuviese.

¡De maestro, mosiú! gritó el Pescadero . Ese par es de primera. Y el extranjero, conmovido por el aplauso del profesor, respondió con modestia, golpeándose el pecho: hay lo más importante. Corrasón, mocho corrasón. Luego, para festejar su hazaña, se dirigió al paje de Morito, que parecía relamerse adivinando la orden. Que trajesen un frasco de vino.

Su primer libro, Memorias de un vigilante , vio la luz bajo el pseudónimo de Fabio Carrizo; le siguieron Viaje al país de los matreros y En el mar austral . En el tercer aniversario de su muerte se reunieron sus cuentos, publicados en la revista Caras y Caretas, bajo el titulo Cuentos de Fray Mocho . Otros no han sido publicados en libro y aparecerán con el título Salero Criollo.