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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Y entre los tres cargaron con doña Clara, que estaba sin sentido. Después de algunos minutos doña Clara estaba recibida en una casa que se abrió al nombre del tribunal del Santo Oficio, pronunciado por el padre Aliaga. A aquel nombre no había puerta que no se abriera en aquellos tiempos en España. Y ninguna persona más competente para usar de él que el inquisidor general.
¡Que no, que no recibo! repitió, con un juramento. Señor insistió el criado, dice que tiene que ver forzosamente al señor; que se trata de un asunto de interés. Don Bernardino cogió de nuevo la tarjeta y leyó: Robert. Bueno, que pase; acabemos. Pidió a misia Gregoria que arreglase las mantas del lecho, que abriera las cortinas y le diera el espejo de mano.
La calmé, besé sus mejillas y sus ojos preñados de lágrimas, y le supliqué que me abriera su corazón. ¿No eres feliz? ¿Roberto no es bueno contigo? Es bueno conmigo, como el buen Dios; sin embargo no soy feliz, soy muy desdichada, hermanita, más desdichada de lo que puedo decirte. ¿Y por qué, Dios mío? ¡Tengo miedo! ¿De qué? De hacerlo desgraciado, de no ser la mujer que le convenía.
Después, bien embozado en la pañosa, se iba a San Ginés, a donde llegaba algunas veces antes de que el sacristán abriera la puerta. Echaba un párrafo con las beatas que le habían cogido la delantera, alguna de las cuales llevaba su chocolatera y cocinilla, y hacía su desayuno en el mismo pórtico de la iglesia.
Vencida la insurrección de Aragón, andaba oculto por la frontera de Francia Antonio Pérez, «como perro de fidelidad natural, que apaleado y mal tratado de su señor ó de los de su casa, no sabe apartarse de sus paredes .» Esperaba todavía que abriera Dios los ojos del entendimiento á quien podía remediar su situación; pero en tanto se aproximaban al último retiro de Sallent los soldados del ejército real, que se tendrían por afortunados poniéndole la mano encima.
¡Ah! dijo Quevedo mirando , ¡ah corazón mío! ¡guarda, guarda y no latas tan fuerte, que te pueden oír! ¿Qué veis, que murmuráis, don Francisco? Veo á la condesa de Lemos que vela... y que llora. ¡Ah! ¿y no se os abre el corazón? Abriera yo mejor esta puerta. No quedará por eso si queréis; pero luego: seguidme y veréis más. ¿Y qué más veré?
»Como yo ya suponía que Amaury volvería pronto, adopté la precaución de abrir la puerta con cuidado para que no la despertase el rumor de su llegada. »Esta no se hizo esperar. Cuando él entró, le indiqué con una seña que se sentase en el lado hacia el cual tenía vuelta la cara mi hija, para que pudiese verle así que abriera los ojos, ¡Ay de mí!
Aquella escalera disimulada, la comparaba don Álvaro con esas cajas de cerillas que ostentan la popular leyenda, ¿dónde está la pastora? ¿dónde estaba la escala? Después de verla una vez no se veía otra cosa; pero al que no se la mostraban no se le aparecía ella. No faltaba más que lo peor, persuadir a la Regenta a que abriera el balcón.
3 ¿Tus mentiras harán callar a los hombres? ¿Y harás escarnio, y no habrá quien te avergüence? 5 Mas ¡oh, quién diera que Dios hablara, y abriera sus labios contigo, 6 y que te declarara los secretos de la sabiduría! 7 ¿Alcanzarás tú el rastro de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? 8 Es más alto que los cielos; ¿qué harás? Es más profundo que el infierno; ¿cómo lo conocerás?
Y todos, apiñados, ahogados, torturados por una tensión de nervios insoportable, volvíanse ansiosos, deseando ver saltar, por fin, la chispa salvadora, en la esperanza de que la bóveda se abriera y se desplomara la fábrica y se hundiera el mundo entero.
Palabra del Dia
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