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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Púsose en esto la vieja en los labios un dedo como imponiendo silencio a Cervantes, que a la puerta habían llamado, y con prisa; y llevole a aquel cuartucho que a lo último del bodegón estaba, como se dijo, y encerrole, y fuese a abrir la puerta de la calle, y hallose con que era el señor Viváis-mil-años, que venía a su casa.

Prometí yo, que el prometer no cuesta, y tanto como me pidieron; que cuando en tales aprietos se encuentra un cristiano, para salir de ellos no mira en pelillos, ni aun en cabelleras, aunque sean más grandes que aquella del filisteo Samson. Mirad, señor Viváis-mil-años, que el Divino Nazareno Samson no fue filisteo, sino el destruidor de ellos por la voluntad de Dios.

Comía, bebía y callaba Viváis-mil-años; pero gesticulaba y guiñaba los ojos alternativamente como hablando consigo mismo, todo lo cual metía mucho más en curiosidad a la tía Zarandaja, que como había visto lo que doña Guiomar favorecía y lo mucho que amaba a aquel soldado que tenía encerrado, por favorecer sus amores esperaba mucha cosa.

En resumen, la justicia se contentó con Viváis-mil-años y con los cuatro bravos que había pescado.

Comiose con muy buen apetito y con mucho placer por estas noticias su escudilla de uña y morcilla el señor Viváis-mil-años, y se restituyó a su casa, sacó la celosía y colgó las bacías a la puerta, y se puso a rasguear la guitarra, esperando al primero que tuviese necesidad de rasurarse.

Y tan feroz miraba, que de miedo, se echó a temblar la tía Zarandaja, y por satisfacerle, y temiendo no empezase por ella con algo que no muy del gusto de ella fuese, se apresuró a decirle: Pues que yo no puse punto en boca al señor Viváis-mil-años cuando en tales honduras se metía, claro os he dado, señor mío, a entender, que mi intento era que todo lo supieseis; y si todo lo habéis oído, vos diréis lo que haya de hacerse, que a vuestro mandato me pongo, y estos dineros que el señor Viváis-mil-años me ha dejado, dispuesta estoy a entregaros.

De resultas se echó el guante al señor Viváis-mil-años, que empezó por negar toda participación en el delito que la justicia perseguía. Pero puesto en el potro, aunque aguantó como un santo dos vueltas de cordel, a la tercera el dolor le deshizo la firmeza, y cantó que no había más que pedir.

Era de mediana edad, entre los treinta y cinco y los cuarenta, de no mala apariencia, agradable y sonriente el rostro, morena la color, agudas las facciones, sutil la sonrisa, la mirada rebuscona, y no mezquino el cuerpo; vivía de rasurar y rapar, entreteniendo durante el día sus ocios con el puntear de una vihuela morisca que le dejó su padre, ya harto usada por sus abuelos, y cantando como un ruiseñor las alegres canciones de la tierra, y las que él mismo componía, para lo que se daba muy buena gracia; comadreaba a las comadres de la vecindad, y, fuera de esto, las vendía untos y bebedizos, y las leía el sino, y las traía a todas engañadas y pendientes de sus labios; y a tal llegaba la fama de brujo y de hechicero del señor Viváis-mil-años, que más de una vez la Inquisición se había metido en sus asuntos, y había quien se acordaba de haberle visto con coroza y sambenito, luciendo su persona en un auto de fe.

Continuado había con su plática entretanto Viváis-mil-años, y había dicho: Que yo he de servir, mal que me pese, a don Baltasar de Peralta, veislo harto claro, tía Zarandaja; que en casa de la maldita viuda quiere meterse a la media noche, ya os lo he dicho; y aun pudiera sufrirse si en entrar solo y por guiado, consintiese, que todo ello sería que, o empeñaría la honra de doña Guiomar, por la violencia de su pasión atropellada, o ella se defendería y gritaría, y acudirían sus criados, lo cual, habiéndome yo escurrido a tiempo, nada me importaría, y él vería cómo salía del empeño en que se había metido.

No se sabe si el señor Viváis-mil-años había guardado silencio a causa de su apetito, y por aquello de que oveja que bala bocado pierde, o si había dudado en lo que tenía que decir a la tía Zarandaja, porque cuando ya la escudilla, o más bien lo que contenía, que no era poco, había quedado reducido a la mitad, y bebido el primer jarro de vino, limpiándose la boca con el revés de la mano, dijo: En un aprieto me hallo, y tal, mi buena tía Zarandaja, que de él no puedo salir, porque si no hago lo que de se quiere, en peligro me hallo de que me tornen allí de donde me han sacado; y os aseguro que no ha sido sitio de gusto; que en una mazmorra de la Inquisición me han tenido, y aunque de hierros no me han cargado, con el recelo de lo que pudiera sobrevenirme la mitad de las carnes he perdido.

Palabra del Dia

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