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Ante el Cristo muerto había que aclamar el triunfo de la Vida. El cadáver inmenso aun pesaba sobre la tierra, pero las muchedumbres engañadas se agitaban ya, dispuestas a sepultarle. Por todos lados se oían los vagidos del mundo nuevo que acababa de nacer.

Señoritas, ¡si yo no niego, ni afirmo!... ¡ niega! exclamaron a una. No acierto a comprender a ustedes.... La parlanchina me miró de hito en hito, hasta que no pudo más, y riendo me dijo: Vaya, pues, como usted no ha de confesarlo, se lo diré: ya sabemos que usted es novio de Gabriela Fernández. Están ustedes engañadas.... Vea usted que nos lo dijo persona que lo sabe. ¡Pues no es verdad!

Alejandro Dumas; óigalo ese famoso novelista, que ha hecho tanto daño á este mundo, como la peste que más daño haya hecho; óigalo esa celebridad que ha descompuesto tantos matrimonios; que ha torcido tantas ideas; que ha enloquecido tantos corazones; óigalo ese genio francés, cuyas novelas han dado veneno á tantas jóvenes incautas, engañadas y seducidas por sus encantadoras fantasmagorías, óigalo el eminente novelista Dumas; óigalo esta Francia que ha dado tanto oro, tanta fama, tanta honra, tanto aplauso, á los chismes y á las mentiras de ese novelista sin conciencia, de ese vendedor de falsas novedades: oiga la Francia, esta culta, esta rica, esta poderosísima Francia, lo que voy á decir: tres españoles, tres cafres de allende el Pirineo, caminan tristes, están afligidos, porque acaban de ver un espectáculo que desdora á esta gran nacion.

Solo me queda que ponderar brevemente, lo que no puede dejar de hacer reparo y es como en materias de Fe hubo más mujeres engañadas, que hombres?

Intenta uno una tímida resistencia, y le observan: «¿Cómo? ¿Y usted es el que pretende ser un buen muchacho?...» Es inútil que uno proteste: «¡Pero si yo no soy un buen muchacho!»... Tiene que serlo a la fuerza, porque así lo han medido y lo han marcado... ¡Y un hombre de ese temple es el que quiere meterse ahora en historias de mujeres! ¡Las mujeres, que siempre están pensando en alguna cosa diabólica, y que, para que puedan querer bien, tienen que ser tratadas como animales, engañadas, abandonadas por el que ellas adoran!...

Lo que me indicaba usted hace poco decía Santorcaz acerca de que esa linda joven que se le destina para esposa no quiere salir del convento, debe tenerle sin cuidado. Esas son gazmoñerías de las muchachas españolas, que, engañadas por su fantasía, se creen enamoradas de Jesucristo, cuando lo que sienten es verdadera pasión por un ideal mundano.

Ya en mi edad pocas veces gusto de alterar el orden que en mi manera de vivir tengo hace tiempo establecido, y fundo esta repugnancia en que no he abandonado mis lares ni un solo día para quebrantar mi sistema, sin que haya sucedido el arrepentimiento más sincero al desvanecimiento de mis engañadas esperanzas.

Y lo que más le entusiasmaba era que ésta había aceptado sus amores sin aquella reserva que el temor de ser engañadas obliga a manifestar a las muchachas, cuando un joven de condición superior se dirige a festejarlas. Maximina fue su novia sin que tuviese necesidad de vencer escrúpulos y prevenciones que el cálculo o la malicia introduce en el pensamiento de aquéllas.

Estas iniquidades, proyectadas por pocos y llevadas á cabo por muchos con la sencillez propia de las turbas engañadas, son muy frecuentes en las revoluciones. El gentío obra á veces obedeciendo á una sola de sus voces, cualesquiera que sea: se mueve todo á impulso de uno solo de sus miembros por una solidaridad fatal. La Fontana estaba aquella noche elocuente, ciega, grande en su desvarío.

Era de mediana edad, entre los treinta y cinco y los cuarenta, de no mala apariencia, agradable y sonriente el rostro, morena la color, agudas las facciones, sutil la sonrisa, la mirada rebuscona, y no mezquino el cuerpo; vivía de rasurar y rapar, entreteniendo durante el día sus ocios con el puntear de una vihuela morisca que le dejó su padre, ya harto usada por sus abuelos, y cantando como un ruiseñor las alegres canciones de la tierra, y las que él mismo componía, para lo que se daba muy buena gracia; comadreaba a las comadres de la vecindad, y, fuera de esto, las vendía untos y bebedizos, y las leía el sino, y las traía a todas engañadas y pendientes de sus labios; y a tal llegaba la fama de brujo y de hechicero del señor Viváis-mil-años, que más de una vez la Inquisición se había metido en sus asuntos, y había quien se acordaba de haberle visto con coroza y sambenito, luciendo su persona en un auto de fe.