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Actualizado: 17 de junio de 2025


Pero como el viajero no pareciese dispuesto a realizar sus esperanzas, se resolvió ella, pasado algún tiempo, a volver a la carga, exclamando: Bien, ¿y qué hago yo? Usted no me dice cómo voy a salir del paso. ¿Adónde iba usted, señora, con su marido? Ibamos a Francia... a las aguas de Vichy, que le habían recetado los médicos. ¿A Vichy directamente? ¿No pensaban ustedes detenerse en alguna parte?

Vichy se le hacía insoportable, y más desde que vio que la estación terminaba, que se vaciaba el Casino, que se marchaba la compañía de ópera y que emigraban las brillantes golondrinas de la moda.

Silenciosa llenó el caritativo deber, y al levantarse del suelo, exhaló leve suspiro, como el que desahoga, cumplida alguna tarea de que cuerpo y espíritu por igual recibieron cansancio. El chalet alquilado en Vichy por las dos familias, Miranda y Gonzalvo, llevaba el poético letrero de Chalet de las Rosas.

Desde luego fomentó el trato de las dos, y concertaron salir reunidos para Vichy. Las noticias dadas por su hermano acerca de Lucía y Miranda lograron aguzar singularmente la hambrienta curiosidad de la anémica, y su olfato fino percibía no qué emanaciones novelescas en los sucesos acaecidos al matrimonio.

Pierda usted cuidado decía bajito Miranda a Pilar . Conquistaremos a ese hermano fiero, e irá usted una noche al Casino: ¡no faltaba otra cosa! ¿Se había usted de marchar de Vichy sin ver el teatro, y sin asistir al concierto? Eso sería inaudito. ¡Ay, Miranda! usted es mi ángel salvador.

Pilar opinaba que Vichy tenía aspecto elegante; Lucía, menos entendida en elegancias y modas, gustaba sencillamente de tanto verdor, de tanta Naturaleza, que reposaba sus ojos, moviéndola a veces a imaginar que, a despecho de sus calles concurridas, de sus tiendas brillantes, era Vichy una aldea, dispuesta a propósito para contentar sus exigencias secretas e íntimas de soledad.

Era Perico naturalmente desprendido, a menos que careciese de oro para sus diversiones, que entonces escatimaría un maravedí, y avisando a Pilar que estaba en el salón de Damas, reuniose con ella en la azotea, y le dijo dándole el brazo: Para que no salgas siempre con que no te compré nada en Vichy, anda, vente; te voy a hacer un regalo. ¿Un regalo? y Pilar abrió desmesuradamente los ojos.

Sois unos locos de remate. Pasáis la vida envenenándoos con la química de los cocineros. Para ti fuera del maíz todo es química. ; me harto de maíz, me harto de judías, pero mañana no imploro como los auxilios de la magnesia. Los granos de maíz se van solitos al estómago sin temor de que les den escolta las pastillas de Vichy. Los comensales reían.

Eran necesarios esfuerzos heroicos para contenerla e impedir que hiciese la vida de las bañistas del gran tono, que ocupaban el día entero en lucir trajes y divertirse. Desde este punto de vista, fue funesta a Pilar la presencia en Vichy de seis u ocho españolas conocidas que aún aprovechaban allí el fin de la estación.

Una magnífica esfera geográfica, colocada al extremo del salón, parecía preguntarse cuál era su objeto y destino en semejante lugar; y en cambio, los retratos de las dos hermanas de Luis XVI, Victoria y Adelaida, damas tradicionales de Vichy, sonreían, empolvada la cabellera, rosadas y benévolas, presidiendo el certamen de frivolidad continua celebrado a honra suya.

Palabra del Dia

rigoleto

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